Globalización: El nuevo orden y la ética de la exclusión social *

Marta H. Ventre **

 

 

La crisis de las nociones y valores propios de la “Modernidad” implica una  transformación que modifica profundamente las categorías de pensamiento, creencias y formas institucionales. Los alcances de estos cambios pueden dimensionarse en todos los ámbitos sociales, aunque en las organizaciones todavía es observable la yuxtaposición de dispositivos, finalidades y formas nuevas, conviviendo con otras propias del periodo anterior.

¿Cómo podemos describir la situación actual? Pasamos de la fábrica a la compañía virtual; de la idea de nación y empresa nacional a la de “aldea” y  corporación global, de la escuela a la “educación a distancia” y la “formación permanente”; del encierro de los delincuentes a las penas de “sustitución”(para los delitos considerados más leves)[1] y la utilización de artefactos electrónicos que permiten ubicar a su portador esté donde esté; del empleo seguro y estable al trabajo temporal y precario, instituyéndose una nueva “figura social”: el desocupado. Del capitalismo propietario de los medios de producción al capitalismo de servicios y especulación financiera. El marketing se ejerce de manera incesante y su eje es la permanente rotación de productos, personas, imágenes e informaciones que estimulan el gasto, el consumo continuo y la ilusión de la inmediatez de las satisfacciones. “El hombre ya no es el hombre encerrado, sino el hombre endeudado” [2]

Se produce el pasaje del Estado llamado “de bienestar”, que explicitaba que sus  funciones eran garantizar la equidad de los contratos colectivos, ocuparse de preservar la salud y la educación pública, el cuidado de los ancianos y la asistencia a la población, a un Estado ausente, que ni retóricamente se plantea tales objetivos, que privatiza sus actividades y deja librado a la “economía de mercado” y sus efectos a grandes contingentes humanos, sin protección laboral ni sanitaria alguna. La reconversión económica provoca un enorme “apartheid social” que excluye a cientos de miles de sujetos que construyeron su subjetividad en la creencia del valor del trabajo y la educación, como garantía de ascenso social, en un proceso a lo largo de generaciones.

¿Cuáles son las relaciones laborales que propone el “mercado”? Una empresa de Texas, que quiere expandirse en América Latina, sólo emplea a menores de 32 años, de raza blanca, educación universitaria, bilingües, con sentimientos religiosos claros, sin hábito de fumar ni afiliación sindical. El contrato que firman indica que la empresa puede despedirlos en cualquier momento y si ellos renuncian, en tres horas deben abandonar sus oficinas.....[3]

El economista P.Reich[4] hace una categorización de las características del trabajador requerido por el sistema actual:

a) Servicios rutinarios de producción (Las llama “tropa del capitalismo”). Virtudes: ser puntuales y dóciles. Se incluirían en esta categoría las tareas mecánicas y rutinarias.

b) Servicios personales. Virtudes: a las dos anteriores agrega afabilidad.

c) Servicios simbólicos: (se incluyen aquí investigadores, programadores, ingenieros, etc.). Virtudes: Pueden identificar y resolver problemas simbólicos complejos, tienen conocimientos técnicos y acceso a múltiples fuentes de información, capacidad y rapidez en la toma de decisiones, flexibilidad para adaptarse a situaciones cambiantes.

En consonancia con estas nuevas modalidades laborales es interesante conocer las propuestas que ofrecen los consultores empresarios, para tener una idea de la concepción del capitalismo global. Mark McNeilly, ex funcionario de la empresa IBM y actual consultor estadounidense de empresas ofrece algunas estrategias para ser exitoso:

a) Evitar la fortaleza y atacar la debilidad del “contrincante” (arremeter donde menos lo esperen).

b) Engañar y conocer bien el tema

c) Tener velocidad y preparación (actuar con diligencia para superar a los competidores).

d) Influir en su oponente (empleo de la estrategia para dominar a la competencia).

e) Los negocios, al igual que la guerra, es una contienda de voluntades, dinámica y acelerada.

f) Cuando se ataca a un competidor con un embate directo sólo se fortalece su resistencia, tanto física como mental. Así no es posible alcanzar el éxito.

g) La clave para “capturar mercado” es la ofensiva indirecta, para dar un golpe más sustancial.

 

El objetivo: “tomar intacto todo lo que hay bajo el cielo”. [5]

 

Aparece claramente el proyecto de aniquilar al otro sin contemplaciones. Los participantes se encuentran en una guerra que instaura una forma de violencia feroz. No es extraño entonces que la solidaridad colectiva haya sido reemplazada por luchas entre lobbies corporativos, que intentan aumentar o preservar sus propios beneficios, países que rivalizan entre ellos para “atraer las inversiones” y la competencia feroz entre quienes tienen el “privilegio” de trabajar y los que fuera del circuito laboral esperan reemplazarlos (para el año 2020, se calcula que el 2% de la fuerza laboral podrá satisfacer la demanda total). Simultáneamente reaparecen formas exacerbadas de nacionalismo, racismo y xenofobia en distintos puntos del planeta.

La competición por el trabajo va acompañada de una competición en el trabajo, que hay que intentar conservar a cualquier precio contra la amenaza del despido, disminuyendo drásticamente las oportunidades laborales, degradándose las condiciones de trabajo, junto con  el aumento de la desocupación y la precariedad laboral. Esta se inscribe en un modo de dominación social, obligando a los trabajadores a la aceptación  de formas de empleo acordes con los criterios económicos globales.

Las propias empresas colocadas bajo la misma intimidación que los trabajadores tienen que ajustarse de manera cada vez más rápida a las exigencias de los “mercados”, so pena de “perder la confianza” de los accionistas, inversores, fondos de dinero e instituciones macro nacionales que “califican” su “competitividad”. Estos son los que imponen criterios en materia de qué y dónde se produce, a quienes se contrata, cuánto se les paga y que conocimientos se exigen, instituyendo un nuevo criterio: la formación permanente. Estos parámetros se generalizan a todos los ámbitos sociales y los sujetos están “obligados a demostrar su “flexibilidad” para adecuarse a nuevos aprendizajes según la conveniencia de las empresas, provocando un sentimiento de inseguridad y de “indignidad” hábilmente convertido en sistema de control social.

Para Peter Totterdill, integrante del Gobierno inglés, los economistas y políticos se confunden cuando hablan de flexibilidad, puesto que hay una flexibilidad "numérica" y otra "funcional". Hoy se apuesta a la primera, lo cual se traduce en el poder absoluto que tienen los empresarios para disponer de medios y hombres. La flexibilidad numérica está en la antípoda de los criterios de aquellos que pretenden un concepto diferente de "competitividad". Señala que se está dando una modernización sin transformación. La paradoja parece ser ésta: este momento que supuestamente se caracteriza por el fin de la época de la "verticalización" de la producción, no logra que concluya la “verticalización” en la toma de decisiones de las cúpulas patronales.

Robert Castel considera fundamental la relación existente entre el trabajo y la inserción social. De acuerdo con la investigación que este autor llevó a cabo en Francia establece :

a) Zona de integración: constituida por los sujetos con trabajo seguro.

b) Zona de vulnerabilidad: corresponde a los que con trabajo precario tienen una inserción social frágil.

c) Zona de des-afiliación: propia del desocupado que muestra una tendencia marcada al aislamiento y a la pérdida de lazos sociales.

Desde este punto de vista si antes los trastornos mentales eran más bien asociados con factores emocionales singulares, hoy no pueden dejar de vincularse con la pérdida del trabajo, la subocupación, el desalojo, la usurpación, la incertidumbre económica y los cambios vertiginosos que desestructuran al sujeto. La pérdida del soporte grupal de pertenencia y el reconocimiento de los otros provoca nuevas formas de  enfermarse, como se observa cotidianamente en la practica clínica.

Así, los ritmos y modelos que impone a la cotidianeidad las nuevas condiciones laborales ha maquinizado el quehacer urbano, estimulándose a través de los dispositivos mediáticos la aceptación de  los nuevos valores centrados en el consumo, la importancia del “mercado” y la hiperactividad. Acorde con ellos la noción de ciudadano es “reemplazada” por la de “cliente” o  “consumidor”. Doble discurso que, por un lado, estimula el gasto y la adquisición permanente de distintos objetos y por otro, apunta a la disminución de los ingresos de gran parte de la población, la cual cuenta sólo con los recursos suficientes para la subsistencia, acotándose la posibilidad de proyectar en el mediano o largo plazo, ya que para muchos no parece posible aspirar al cambio de su situación como consecuencia de su trabajo y su propio esfuerzo.

Estas transformaciones han provocado que se modifiquen las relaciones entre espacio público y privado, devaluándose el primero y estimulándose su privatización. Aquellos espacios colectivos “poco rentables” son descuidados, degradándose por la falta de atención y cuidado de las instancias estatales. La ciudad se va transformando en el imaginario de la población en un “territorio” exterior, ajeno y peligroso, debilitándose o desapareciendo la responsabilidad singular  y colectiva sobre la misma.

Se fragmentan así los lazos que unían a la gente con su trabajo, su entorno, su comunidad y su historia. El barrio, que para amplios grupos humanos servía de anclaje a estilos de vida y valores compartidos- muchas veces alrededor de una industria o actividad productiva - donde se organizaban redes de contención afectiva, intercambios y solidaridades, tienden a quebrarse por el cierre de esas fuentes de trabajo o la modificación de las formas contractuales que se instituyen.

Baudrillard se pregunta si el hipermercado o “shopping” es el modelo contemporáneo de la “socialización controlada”. Un espacio-tiempo homogéneo, anónimo, donde el tránsito de personas, marcas, juegos, espectáculos, alimentos, -todos convertidos en mercaderías- circulan para ser consumidos en el menor tiempo posible. Paisaje del almacenamiento, el espectáculo y la distribución utilitaria.[6] Su instalación provoca el ocaso de los pequeños establecimientos barriales. Lugar de adquisición de productos pero también microespacios de encuentros, intercambios y relaciones colectivas.

Coherente con esta concepción se produce  la fragmentación de la vida urbana y la aparición de “ghettos” según clases y etnias, que modifican la fisonomía  de la ciudad y de los suburbios, creando nuevas fronteras espaciales y simbólicas. El pensamiento del capitalismo global dice Enrique Marí se muestra en el modelo arquitectónico que ofrecen los llamados “edificios inteligentes”. Nueva realización del sueño de El Panóptico de Jeremy Bentham, pero invirtiendo su objetivo. Estas “cárceles modelo” que se construyen ya no para encerrar a los pobres y delincuentes, sino para proteger a las clases adineradas de los “otros”, que ahora quedan afuera. Edificios donde su funcionamiento está organizado alrededor de una idea central: “todos pueden ser peligrosos.

Si desde lo social el principio de alteridad desaparece y el sentimiento de desamparo aumenta, las tendencias destructivas hacia los otros se refuerzan siendo destituidos de su condición de semejante. No es extraño entonces que se produzcan actos de violencia social que se juzgan a primera vista como gratuitos, feroces, donde víctimas y verdugos se confunden. Puede ser la toma de rehenes en Buenos Aires o las bandas nazis que apalean inmigrantes en Europa o las matanzas indiscriminadas llevadas a cabo por adolescentes y niños en Estados Unidos. Lo que en otro momento hubiera sido sorprendente por su rareza hoy forma parte de la vida cotidiana, siendo sus protagonistas de diferentes edades e inserción social. La violencia anónima, indiferenciada e irracional que produce el sistema atraviesa todo el campo social.

Se instala un discurso xenófobo que pone el acento sólo sobre las conductas violentas de aquellos que no pueden adaptarse y quedan marginados en este nuevo contexto social. Se pide más “seguridad”, que se controle “la inmigración clandestina”, (recordemos en la Argentina las persecuciones que han padecido cíclicamente paraguayos y peruanos, soportando allanamientos humillantes, cacheos públicos, etc., convertidos políticamente en responsables de la desocupación que afecta a nuestra población); que se aumenten las normas represivas (se presiona para que los legisladores promulguen leyes más duras), se intensifican los requerimientos de “tolerancia cero” hacia los delincuentes, etc. Foucault ya había señalado que mostrar a los delincuentes como peligrosos, no solo para los ricos sino también para los pobres, es de utilidad política porque permite manejar el miedo y la hostilidad de la población  y justificar el aumento de las instancias represivas dando simultáneamente beneficios económicos a ciertos grupos, en tanto se crea alrededor de la organización carcelaria diferentes fuentes de ingresos.[7] Dispositivos que se van modificando según las épocas pero apuntando a los mismos objetivos.

¿La temporalidad puede sustraerse a esta lógica? La relación entre la experiencia del tiempo y las condiciones objetivas que las posibilita está tan naturalizada que pasa desapercibida. “Cuando el vínculo entre el presente y el futuro por la precariedad o la falta de un ámbito laboral y económico se rompe, el sujeto pierde las coordenadas temporales que lo conecta con los otros y con el mundo social. El tiempo vacío se opone al tiempo ocupado de quien tiene una actividad con sentido económico y social; las condiciones de estabilidad que posibilitan imaginar una trayectoria previsible para el futuro se oponen a lo provisorio y a la incertidumbre de perder las posibilidades presentes. Esto anula las expectativas y coloca a los sujetos en un presente continuo sin metas posibles.”[8]

¿Cuál es el tiempo del que hablamos? Para la concepción actual más que nunca “el tiempo es oro”. El ideal empresario se expresa en hacer negocios. Y los negocios no tienen horario y tampoco lugar específico. Por eso se hacen tanto en la empresa, como en el aeropuerto, el almuerzo, el “country” y en cualquier día y hora. Un tiempo continuo e ininterrumpido para la actividad laboral. Para los asalariados aparecieron nuevos términos que dan cuenta de los “nuevos tiempos”. Se les solicita “flexibilidad”, dedicación “full time”, disminución de  los tiempos de descanso, tanto en el día como en la semana laboral.

Pero la hegemonía de estos discursos y practicas no implica la ausencia de movimientos sociales de resistencia a los mismos. En las últimas reuniones de los delegados de los poderes globales que representan al Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, manifestaciones multitudinarias expresaron su repudio contra los efectos de la globalización. En nuestro país aparecen “los piqueteros” y otros movimientos de lucha que logran adquirir “visibilidad” colectiva a partir de acciones puntuales. Esto posibilita evitar el aislamiento de los afectados y otorgarle existencia social a una enorme población inactiva y marginada. Proponen a sus participantes movilizarse y convocan a todos los desocupados y trabajadores a incluirse, recordando que hay que superar las falsas separaciones entre los que trabajan y los que no, ya que esta división es funcional al sistema, en tanto a unos se los extorsiona con la existencia de los otros.

Asimismo, en los espacios micro se presentan distintas formas de respuesta de los actores institucionales. Aparecen prácticas y lazos sociales con características novedosas, como modos de resistencia al desarraigo y la falta de trabajo. Intentos colectivos para subsanar o disminuir los efectos de la devastación social. Estas tramas colectivas ofrecen la posibilidad de que aparezcan en los intersticios del sistema grupos alternativos cuya potencialidad enunciativa puede permitir diversas formas de organización y resistencia a la exclusión social;  propiciando no solo reivindicaciones específicas sino también nuevos proyectos de largo alcance e inéditas modalidades de lucha, como ocurre en los ultimes meses con la aparición de las “Asambleas barriales”, que intentan reapropiarse y revalorizar el espacio público como lugar privilegiado para instituir nuevas formas de acción política.

Todo sistema en su aparente orden provoca tensiones, contradicciones, cortes, discontinuidades, por donde a los sujetos se le presentan junto con las sujeciones,  posibilidades de resistencia y de lucha para modificar lo establecido.

El psicoanalista francés Cornelius Castoriadis en una conferencia pública dictada en la Facultad de Psicología (U.B.A.), el 9.5.96 señalaba: “...por el momento, el proyecto capitalista ocupa todo el espacio social. Lo otro, la alternativa, ...trabaja en las profundidades de la sociedad y por eso no lo podemos ver fácilmente... tenemos que trabajar para que se manifieste”.

En este sentido es alentador constatar que la atomización individual, la queja estéril y la nostalgia del pasado -frente al sufrimiento que provoca el ajuste destructivo del “mercado”- están siendo lentamente revertidas. Esto es posible que permita no solo cuestionar a los instituidos sociales e inventar nuevas significaciones y prácticas colectivas, sino también interrogar los efectos que ha provocado en la subjetividad de cada uno de nosotros, en nuestras practicas profesionales y en nuestros intercambios cotidianos.

Los defensores del statu quo siempre elaboraron una imagen del futuro idéntico o peor que el presente, tratando de expulsar cualquier esperanza o expectativa diferente del orden actual. Persistentemente tratando de que las expectativas queden limitadas a “mínimas mejoras”. Solo los grupos instituyentes usaron las utopías como posibilidad transformadora del orden existente.[9] La utopía “no es un sueño, una quimera, no es una huida frente a la realidad; sino que es tensión intelectual, pensamiento del futuro, proyección”.[10] En respuesta a esta ética de la exclusión tenemos que intentar colectivamente reconstruir y practicar una ética de la participación, la inclusión y la solidaridad.

 

 

*Trabajo presentado en el X Congreso metropolitano de Psicología: “Odisea de la Ética” (mayo 2002). Reelaboración de un capitulo del articulo de su autoría:”La globalización y las nuevas formas de control social” publicado por la Revista “Subjetividad y Cultura”, México-D.F. y por la Oficina de Publicaciones de la Facultad de Psicología (U.B.A.).

** Psicóloga clínica e institucional. Jefa de Trabajos Prácticos de la Cátedra 1 de Psicología Institucional (U.B.A.). Compiladora del libro:“La drogadicción: Una mirada Institucional” Ediciones Búsqueda. Bs. As. 2001.

rizomadelsur@hotmail.com

 

 

 

[1] Esto es necesario analizarlo según los países y las relaciones de fuerza internas.

[2] Deleuze, G. “El marketin es el nuevo control social” Fuente:Ajo Banco L’Autre Journal, Paris.

[3] Pasquini Durán, José María: “Desafíos” en el matutino Pág. 12-Bs. As.

[4] Reich, R.: “El trabajo de las naciones. Hacia el capitalismo del siglo XXI” Vergara Editores. Bs.As.1993.

[5] McNeilly, Mark: “Sun Tzu y el arte de los negocios” (Oxford University Press). 1990. Se basa en la obra “El arte de la guerra” escrita por el general chino Sun Tzu (400 a. C.).

[6] Baudrillard, Jean: “Cultura y Simulacro” Editorial Kairós- Barcelona. 1984.

[7] Foucault, Michel: “Microfísica del Poder”. Ediciones de La Piqueta. Madrid. 1979.

[8]  Bourdieu, Pierre: “Meditaciones pascalianas” Editorial Anagrama. Barcelona. 1999.

[9] Colombo, E. y otros: “El imaginario Social” Editorial Tupac-Nordan. México. 1989.

[10] Citado por Colombo, tomado de “Calidoscopio”, XIV-23.

 

 

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