Lo innominable
Mariela Nigro
A propósito de la
lectura de
“ANTES DEL ASCO. EXCREMENTO, ENTRE
NATURALEZA Y CULTURA,” (*)
de
HILIA MOREIRA
“… le
estaría permitido al soñador y no al práctico
acceder a ese simulacro ininterrumpido que
es la red simbólica
sobre la cual pende nuestro mundo de cada
día”
Fernando Andacht
Hilia Moreira desentraña la
significación de varios fenómenos culturales a la luz de la semiótica,
disciplina considerada por la autora como un ‘caleidoscopio’, que
mediatiza el conocimiento desde su raíz -‘kalos’, bello- “(…)
hasta embellecer cualquier elemento, por neutro, humilde y hasta despreciado
que lo considere una cultura”. Así, la reflexión semiótica
proyectará luz sobre diferentes aspectos de lo humano, a partir de un núcleo
de significación constante a lo largo de esta obra: el excremento, en tanto
abyección, lo expulsado de sí, eyección denotada y fuente de fenómenos
connotados.
Los signos resultan tanto
abordados en su significación como interpretados en su poeticidad; la
semióloga desentraña la regla que los determina y también el numen que los
libera. Semiología, hermenéutica y poiesis, tal vez es en esa
inflexión donde radica el ejercicio globalizador de la semiótica: razón y
empatía, instrumentos epistemológicos.
El mayor desafío de Hilia
Moreira es afirmar desde el campo téorico de su disciplina lo que en otras
áreas, especialmente en la praxis del arte, se ha proclamado con voluntaria
trasngresión, bajo la mirada censora de algunos agentes críticos de los
medios y las instituciones: “(…) lo fecal es sólo convencionalmente
repulsivo”. Esta idea es reiterada en el correr de la obra como premisa
de su abordaje semiótico. En el arte, el mito y la literatura, habrá
derivaciones muy diferentes a las del sistema social y el jurídico: en
éstos, la interdicción (proscripción y prescripción), allá la pulsión del
deseo y la transgresión; ambas áreas, fértiles campos de investigación
semiótica.
La autora acerca su
análisis a las categorías piercianas del signo, destacando el carácter de
“primeridad” de la abyección –la “libertad” (“ilimitada,
incontrolada, múltiple”) de su emergencia-; luego refiere el fenómeno al
choque cultural con el exterior (“secundidad” y “terceridad”),
a partir del que es elaborada “(…) una fantasía según la cual el
organismo es una móvil y animada fábrica de suciedad”. Y reafirma que
“(…) en diferentes actividades, en diversas culturas, en distintas épocas,
el excremento puede actualizar otros de los infinitos significados que porta
en su primeridad”. Ello explicaría que no fuera hasta el siglo XVI que
se organizara “una política de deyección” en las ciudades; y
permitiría a la autora reconocer -desde la zoosemiótica y la etología- que,
junto a la cultura humana, hay la “cultura animal”, resultado de su
“capacidad de simbolizar”.
La cuestión radica en
determinar si hay ‘convención’, límite social o cultural en el repliegue
frente a la abyección, si sólo hay ‘terceridad’, o si media una interdicción
original, primaria, anterior a la cultura, y ubicar el misterio del
excremento (“misteriosa fantasía”, diría Moreira) en el borde de la
línea ‘naturaleza-cultura’, donde late la pulsión de la represión. Y hacerlo
desde la semiótica, una disciplina cuyo instrumental para la significación
del acto favorece la relativización del prejuicio y la reasignación de
valores culturales en áreas diferentes de la fisiología o la biología, donde
el fenómeno es más tradicionalmente abordado.
La autora reconoce que el
proceso de alejamiento de lo abyecto, de aprendizaje de la repulsión, que
lleva a cabo el sujeto desde su nacimiento es “(…) su proceso de
individuación, sin el cual no hay ingreso a la cultura”; que ese
alejamiento “(…) constituye una condición necesaria para formar la propia
identidad sexual, psicológica y social”. Llegado a este punto, coloca lo
abyecto “entre madre y norma”, en su condición, como la madre, de
irrenunciable. Ambos vínculos, dice, de los que el sujeto permanece
prendado, con nostalgia, son reivindicados a través de las transgresiones
del arte y la religión. En los espacios estético y sagrado, “ (…) los
momentos de lo obsceno (…), lo sublime (…) y de éxtasis (…)” posibilitan
el retorno a aquello “familiar en un tiempo remoto”, el goce total
del cuerpo.
Ciertamente es inherente a
la condición humana el encanto de la transgresión catalizada en el arte.
Desde los antiguos ritos paganos y las fiestas orgiásticas medievales hasta
las expresiones plásticas modernas (pintura, fotografía, performance,
acciones, body art), el individuo ha ingresado al terreno de lo
prohibido a través del arte: sexo, violencia, sadismo, pecado, voyeurismo,
androginia, fetiche…, apelando para ello al arsenal sígnico de lo abyecto.
La autora observa que el
abordaje de estos temas desde el arte, el mito y la literatura responde al
ejercicio de una mente desestructurada y libre, de una sensibilidad
primaria, de una profunda conciencia de la corporalidad. Así, anota desde
pasajes del Gargantúa de Rabelais hasta acciones dramáticas de Joseph
Beuys y performances rituales de Marina Abramovic, desde la
referencia constante a las excreciones en las diferentes cosmogonías (como
la azteca Tlazoltéotl, Nuestra Señora de la Inmundicia) hasta las
derivaciones de los desbordes de Sodoma y Gomorra. Podría agregarse que aún
más desestructurado, menos solemne sería, en ocasiones, el tratamiento que
esos temas recibieran desde la literatura, como con Francisco de Quevedo, o
desde la pintura y la caricatura, como algunas ilustraciones de folletines y
revistas literarias del movimiento surrealista de los años treinta, y aun
desde algunas manifestaciones de la estética camp. Es en estos
terrenos donde lo abyecto puede terminar convencionalmente (culturalmente)
redimido; donde aparece en su verdadera dimensión el poder de la palabra,
lazo que ata percepción y pensamiento. Un poder especialmente subrayado por
autores que se han ocupado de ‘las malas palabras’, como el argentino Ariel
Arango quien, aun en una línea de análisis similar al de Moreira, refiere
abiertamente lo estercóreo a lo erótico, ambos, puntas de iceberg del
tabú.
Moreira ubica la poesía y
las antiguas cosmogonías, -y en un paralelismo fenoménico, la categoría de
lo abyecto (sombras, excremento, mutilación, sacrificio, “descenso a
negrura, intestino, cloaca” de héroes y aedos)- en “el punto mismo de
encuentro entre lo simbólico (entendido en el sentido kristeviano de social,
comprensible, comunicable) y lo que Kristeva llama xora o lo
semiótico mismo”, (…) lo soterrado, inicial, ilimitado”;
correspondencia entre “el impulso semiótico desbordante, insensato y la
norma simbólica, separada, canalizada, socializada (…)”.
A pesar de la apelación a
lo simbólico, la autora corre ‘el punto de encuentro’ en esa línea
naturaleza-cultura, señalando una fuerza de atracción desde lo semiótico,
aunque debe reconocerse que la poesía y el mito pertenecen al símbolo, signo
paradigmáticamente cultural. Entonces, allí, el excremento es alegoría –tal
vez emblema, estigma o fetiche-, expresión acabada de ‘terceridad’,
categoría de lo representable y lo comunicable; en el orden de la
naturaleza, el excremento es icono, reino de la hipótesis, donde no es
posible la retórica ni la connotación ni la convención, donde el signo se
consume a sí mismo, donde no hace sombra, ‘pura apariencia’ en el esquema
husserliano.
La cuestión es finalmente
si la abyección es “lo innombrable”, “lo innominable” o si
está en el orden de la proposición y la representación, en el pliegue mismo
del lenguaje, en el espesor de la palabra, un espacio fatalmente retórico;
donde la experiencia del místico o la del alquimista (ejemplos articulados
en la obra) son en realidad vías de conocimiento en el marco de sendos
sistemas de signos, y donde nuevamente la cultura roba terreno a la
naturaleza.
En la literatura y el mito,
la idea de abyección como ‘lo innombrable’ bien puede convertirse en objeto
de la fenomenología de la imaginación, si buceamos, con Gaston Bachelard, en
las resonancias literarias de las lecturas, en busca de las imágenes
arquetípicas de ‘la pasta triste’. Allí queda en evidencia la frontera entre
la mera existencia de la sustancia y el mundo de los ‘valores literarios’
del soñador. Nuevamente, estamos frente a un material simbólico; superado el
umbral semiótico, el ensueño de la materia blanda pertenece al lenguaje: si
en la naturaleza el impulso y el desorden, en la cultura, la representación
y la imaginación.
Finalmente, parecería que
lo abyecto obtuviera la mayor de sus estigmatizaciones en el área del
Derecho. La normatización es también un paradigma de la elaboración
cultural: el homo faber es casi instantáneamente hacedor de cosas y
hacedor de normas; desde que fabrica (hace, actúa) ejercita el poder, desde
el más simple y unario de la represión primitiva hasta el más complejo y
binario de la división entre lo público y lo privado y las derivaciones
sofisticadas del ejercicio del imperium: cárcel, hospital, hospicio,
colegio, ejército, en las ‘estructuras de encierro’ de Foucault.
Paradójicamente, es en algunas de esas estructuras donde aparecen fallas por
donde revienta y fuga la represión -¿social, cultural, jurídica,
sicológica?- de lo abyecto, y el individuo retrocede hacia conductas
infantiles o traspasa la misteriosa línea de la cordura, como muestra la
observación clínica de la autora.
El discurso inteligente y
audaz de Hilia Moreira deja al descubierto los nudos del tema, la cualidad
de disciplina auxiliar de la semiótica y la visión postmodernista de su
lente. A contraluz de ese caleidoscopio no se ve todo, pero se ve algo más;
entre el práctico y el soñador media la imaginación; entre naturaleza y
cultura, un juego óptico.
(*) Ediciones Trilce, 1998.
Primer premio categoría ensayo de filosofía
–édito- del Ministerio de Educación y Cultura 1998. En negrita, citas del
texto. |