ENRIQUE AGUIRREZABALA

 

 

 

"Alicia visita la ciudad"

 

"Las meditaciones del señor F"

Muestra Homenaje

1932-1991

por Enrique Aguirrezabala

 

Desde el invierno de 1960 he colgado 27 muestras individuales y participé aproximadamente en el doble de colectivas.

Recuerdo particularmente el extrañamiento que sentí al ver en las paredes de la sala I de Van Riel, los veintitantos dibujos que 15 días antes se entreveraban en el taller del marquero, identificados como 120 x 120, 70 x 100 ó 68 x 75 1/2.

Allí, en esos muros adquirirán un orden particular, un sentido nuevo que me hizo mirarlos desde afuera por primera vez, y analizarlos a partir y a través de ellos solamente. 20 años después -y sin ánimo de marcar analogías mosqueteriles- la situación es por cierto diferente, pero no del todo.

Es parte importante del trabajo de un artista mostrar lo que hace y colgar una muestra no es lo más difícil.

Lo que permanece intacto para mí es el gozo de enfrentar el resultado, o la bronca -generalmente la bronca-, por lo mismo.

Mostrar-se, significa sobre todo plantear públicamente una proposición individual, más o menos clara, acerca de una poética, una ideología, una visióndel mundo, un resumen de vida. Es lo que intento con estas acuarelas y collages realizados este año.

 

Texto escrito para la muestra

«Collages - Acuarelas».

Galería Alvaro Castagnino.

Buenos Aires, Mayo de 1981.

 

Enrique Aguirrezabala

por Alvaro Castagnino

 

Enrique Aguirrezabala fue un artista-duende. Trato de comenzar con una definición de cuento de hadas, pues me resulta difícil transmitir la verdadera dimensión de Enrique como hombre, artista y amigo. Es imposible para mí ser objetivo en este caso, pues estoy involucrado íntimamente, Enrique fue mi amigo durante casi 30 años. Cuando El Surmenage de la Muerta me propuso este recordatorio, acepté complacido por revivir el mundo en el que Enrique transitaba, pero fueron pasando los días y no encontraba la forma de trasladar su real dimensión, pues su universo estaba compuesto de tantas sutiles e inaprensibles situaciones que el desafio me hacía sentir frente a un pizarrón vacío sin saber como empezar, así que comienzo contándoles la dificultad de representar mi propia idea del artista ausente, y además la nostalgia por la falta del amigo que permanentemente nos sorprendía con mínimos gestos amorosos, creativos, originales.

Contaré un poco de su historia, expone en mi galería, Arte Nuevo, desde 1966 antes había realizado una muestra en Van Riel. A través del tiempo realizó conmigo 17 exposiciones individuales, la última en 1989. Muere mientras exponía sus esculturas en la muestra "Artistas de los 80´" organizada por Alina Tortosa y Sivia de Ambrosini en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA).

"De la inmortalidad

fatigosamente ganada"

Recorrió Sudamérica exponiendo en Perú, Uruguay, Colombia y Chile.

Fue un artista de cambios permanentes. En los comienzos tenían sus personajes cierto aire expresionista que fue cambiando hacia una imagen onírica muy personal. Luego tuvo una etapa obsesiva, de tramado geometrizante de la que se liberó realizando una serie enorme de collages en los que están muy presente su admiración por el DADA, a partir de las acuarelas desemboca en su última producción de esculturas-objeto realizados en cartón (que reciclaba juntando por todos lados) terminándolas con una especie de cartapesta absolutamente personal tanto en la técnica como en la forma. Es en esta última etapa donde Enrique suelta su creatividad en forma más plena, inventa sus objetos mientras los construye y vuelca en ellos todo el color que tenían sus poéticas acuarelas.

Su exquisita ironía, su sentido del humor y su lenguaje metafórico de la banalidad y la sordidez lo unió a algunos poetas como, entre otros, Juan Gelman y Arturo Carrera, que prologaron con poesías sus catálogos.

Y ya que hablamos de su estrecha relación con la poesia podemos agregar otra definición y decir que Enrique fue un artista-poeta, en ese caso que mejor homenaje que transcribir el texto que escribió Arturo Carrera para su muestra póstuma:

 

Hay que hacerlo. Hay que despedirse del amigo.

Con un abrazo tan intenso que lleve de su presencia al verdadero lugar: ese otro cielo, otra vez, el infinito. Allí están intactos todavía y esperándonos, los primeros juguetes: los billíkenes, las figuritas, un rugoso libro; y después, las esferillas, los cubos, los dodecaedros, las formas que el color desvanece o abrillanta en la sonrisa sospechosa de arco iris.

Y es todo lo que hay aquí. Un leve combate con las palabras, con los colores y las formas. Un desasosiego en la luz. Una promesa de que los vértices serán como luciérnagas en la desconocida oscuridad. La certeza de que Enrique Aguirrezabala pasó por aquí con los zapatos camuflarios de los gnomos, dejando impresa la tierra con la nervadura de la pata de un pájaro y la energía de un hombrecito poco civil, digamos como Thoreau cuando dijo: "También yo confeccioné un cesto de textura delicada, pero por lo visto no lo suficientemente valioso como para poder despertar por él interés alguno, o para que nadie lo quisiera comprar. Con todo, por lo que a mí respecta, pensé que había merecido la pena de mi tiempo, y en lugar de calentarme la cabeza para ver como lo vendía, me preocupé más bien de encontrar el modo de no tenerlo que vender. La vida que algunos hombres consideran un éxito constituye tan solo una posibilidad. ¿Para qué habríamos de exagerar, y considerar éxito tan sólo una posibilidad. ¿Por qué habríamos de exagerar, y considerar éxito tan sólo ese aspecto más discutible, a expensas de otra y otra posibilidad?"

 

"Lote sin clasificar"

 

 


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