Leonor García Hernando

. entrevista .

Publicada en la revista Perro Negro Nº 2, agosto/septiembre 2000

 

Recuerdos de infancia...

Leonor García Hernando:  Creo que tengo un recuerdo también ilusorio de mi infancia, es decir, en un momento –que no puedo detectar cuál fue– me construí una memoria de la infancia, que no es mi infancia misma, no es lo que ocurrió. Es una reconstrucción idealizada de la infancia. Creo que no es de la infancia, sino que es de esa reconstrucción que no me puedo despegar.

Y ya en esa infancia –esto sí más apegado a los hechos limpios, sin reconstrucción– la literatura tuvo un papel vital muy grande. Sobre todo en libros de piratería. Éramos tres hermanos y no solamente fueron libros leídos, devorados por nosotros, sino que además formaban parte de nuestro mundo de juegos, de reconstrucciones, del trabajo lúdico en todos sus aspectos, hasta en su aspecto “arquitectónico”, porque con maderas construíamos los barcos. Respetábamos las aberturas de las puertas, de las claraboyas, de los ojos de buey. Disputaba con mi hermano el rango de capitán.

Mauro Pereira:  ¿Cuándo aparece la escritura?

L.G.H:  Creo que la escritura aparece como una cita que se da entre dos hechos. Por un lado la pérdida de la infancia, como edad y como espacio. Mi infancia está vinculada a lo que hoy se llama “Ciudad Evita” –nombre que debió conservar siempre, pero cuando llegué a ese pueblito se llamaba “Ciudad Belgrano”–. Calles de barro, ausencia total de teléfonos, de hospitales. Mi padre para venir a trabajar a la Capital todos los días, usaba galochas, en invierno o en épocas de lluvia. Mi casa quedaba en la última línea de edificación sobre el bosque de Ezeiza. Frente a mi casa empezaba el bosque.

Cuando tengo 11 años nos mudamos a la Capital. Es el final de la infancia como edad y como lugar para tener infancia. Para mí fue seguramente una falla constitucional, psíquica. Una incapacidad total o muy grande de adaptación. Y viví eso como una pequeña muerte... Ahí empecé a escribir.

Esto va acompañado de que en mi casa, en mi mundo familiar, yo era la torpe, yo era la que trataba y no podía, como sí podían los otros que eran mis hermanos. Yo trataba de cantar y desentonaba, trataba de bailar y era pata dura, trataba de dibujar y tenía la mano de piedra. No creo en esos primeros años haber escrito mejor que mis hermanos. Mis hermanos no lo intentaron. No tuve con quien competir, no aparecí como la que peor hacía las cosas, entonces perseveré. Me quedé ahí, que era un territorio que nadie disputaba. Creo además, que era un territorio que gozaba de la satisfacción de mi padre que era periodista y veía la continuación de sí en esa hija que también escribía.

Desde que empecé a escribir, “la pérdida de la infancia” fue el tema. Y también fue el tema asociado a la muerte. Después, para la desgracia de todos y de la mía, éste país me dio muchos motivos para que pueda perseverar en estos temas. El crimen, el asesinato como código de educación hacia la población civil, hacia los jóvenes, en forma encarnizada, desgraciadamente permitió que yo me pueda demorar en este tema. Y además, no pienso salir de él... (silencio)

M.P:  Escuché una vez que la historia argentina está escrita con sangre y traición...

L.G.H:  Creo que el mito de la traición, es fundante de la historia argentina. Si supuestamente la Revolución de Mayo es un hecho fundacional de la idea de Nación argentina, de Patria independiente, ésa historia de la Revolución está tan plagada de traición, de mezquindad, de villanía. Yo no soy una experta en historia argentina, me he acercado a través de la literatura, de la charla con gente que sí sabe, no quisiera hablar como si yo supiese de historia con la boca llena. Pero cuando uno roza, se permite espiar la documentación histórica, los historiadores más serios, más profundos, más críticos, en las obras que narran, reviven los hechos, como las traiciones y las villanías que sufrió todo el grupo más radicalizado de la Revolución de Mayo, Moreno, Belgrano, Monteagudo, Castelli, son de terror. Fue el libro de Ribera La Revolución es un Sueño Eterno, el que unió mi sensación y mi emoción –producto de la época en la que yo viví y vivo– al pasado no vivido de mi historia argentina, como un hecho cíclico. Además, están todas las inmensas y terribles cantidades de traiciones que no llegan al conocimiento de la ciudadanía común. Creo que esa idea kafkiana del poder como un lugar al que nunca se accede, al que nunca se llega, al que nunca se lo conoce y que domina gran parte de nuestras razones, de nuestros “para qué”, con nuestra absoluta ignorancia de lo que nos maneja, nos detiene y nos obliga a abstenernos de tantas cosas, creo que esa idea del poder que yo aprendí leyendo a Kafka, es válida en todo el mundo y acá también, de una forma tenebrosa.

Los hombres interesados en el poder no son los mejores. Y el poder parece traer en sí mismo, una obscenidad, que en hombres que no tienen una gran preocupación moral, los termina de corromper. Ya eran corruptos y el poder acentúa.

M.P:  En Tangos del Orfelinato Tangos del Asesinato percibí cierta sensualidad y atracción por la oscuridad y lo marginal. Y al mismo tiempo ciertas preocupaciones políticas –muchas veces difíciles de descifrar en tu escritura como, por ejemplo, en estos otros poemas inéditos, el recuerdo de Víctor Jara cuando hablás de los estadios y de las manos cortadas.

L.G.H:   Sí... creo que hay dos temas diferentes. Uno es mi preocupación por lo político. Es una preocupación... no es ambigua la palabra, tampoco es contradictoria, no sabría como definirlo... Yo he sido y sigo intentando ser una mujer política, he militado en política, soy una mujer de izquierda. Ahora en literatura, he visto muchas veces que maquillado por la intención política, se han mostrado obras muy endebles literariamente, trabajos que a mi entender no guardan ningún esfuerzo creativo. También he conocido poesía profundamente política. Gran parte de la obra de Vallejo, sobre todo en el libro dedicado a la Guerra Civil española –España aparta de mí este cáliz,  la obra de Cardenal, la obra de Paul Eluard en la época en que militaba en la Resistencia francesa. He nombrado unos pocos, pero la poesía épica, política, es vieja como el hombre, o por lo menos desde que el hombre escribe poesía. Con esto quiero decir que me interesa muchísimo el tema político, pero sólo en la medida en que sea yo capaz de tratarlo con una dignidad creativa. Para mí, por ciertas características mías –una tendencia a la retórica y a la grandilocuencia– que me molestan, para mi idea de lo que es un trabajo poético digno, yo fracaso. Yo no logro hacer lo que quiero hacer. Pero me interesa mucho alcanzar una síntesis entre lo que es la crítica política más vasta y lo que es una visión crítica del mundo familiar vinculado a las criminalidades políticas. Porque creo que está ligado. Este país, es como un país saturnino, es decir, de hombres que fagocitan a sus hijos, como Saturno. Hay una pintura extraordinaria de Goya, en donde muestra a Saturno comiéndose a su hijo. Creo que esa imagen de Goya, está unida a mi emoción, en lo que hace a la temática de mi literatura.

Y es cierto. Vos hablaste de una suerte de sensualidad en esa mirada negra, oscura... Y hay una vanidad en el dolor. Hay una vanidad en no ocultarlo, porque no estoy de acuerdo con el ocultamiento. Esto para nada tiene que ver con una vida personal carente de motivos de felicidad. Yo he tenido tantos motivos de felicidad como cualquiera. Simplemente no es ése mi tema. Creo que ni a mí ni a los otros, les hace demasiada falta el hablar, el escribir, el poderse identificar con esas felicidades domésticas, que más o menos, cazás más cazás menos, podemos resolver. Hace falta hablar de lo que no podemos resolver, hasta resolverlo... cuando esté resuelto, tal vez aparezca un tema. Creo que lo que no podemos resolver, es la desgracia, el sufrimiento, la marginación. Y esto no está disminuyendo en Argentina, está aumentando. Todo tipo de marginación, la económica, laboral, trae otros tipos de marginaciones de forma inmediata.

Estoy en un momento, en el que me vuelve a afligir el no poder escribir una página feliz. Muchas veces me pesa y me jode, y quisiera que no sea así, quisiera escribir yo también sobre “la felicidad”. Y además sé que hay gente que me lo reprocha, que me dice “no te puedo leer porque me falta el aire cuando leo 10 poemas tuyos”. Y yo por un lado –así un poco rencorosa– pienso “pero si eso quiero yo, que te falte el aire”... Y después pienso, bueno, no todo el mundo puede soportar que alguien se esté quejando sobre su oído todo el tiempo. Pero si al final no lo resuelven diré “y bueno, ¿qué página querías encontrar?, no han leído bastante, con aire o sin aire...” En definitiva, yo voy a hacer como todo el que escribe, voy a hacer lo que pueda.

M.P:  ¿No creés que tu lugar de la queja es digno?

L.G.H:  (silencio)  No me gusta citarme, pero hay una fracesita que dice “no hay nada bueno que empiece por ser una herida”... Yo creo que cuando alguien se queja de un dolor, de una herida verdadera, nunca hay dignidad, nunca hay elegancia. Porque por naturaleza, no es ni elegante ni digno el sufrimiento. Es siempre indigno. No pretendo ser digna... (silencio)

Imagino una pelea de muchachos en una esquina. Un tipo puede estar tirado en la vereda, lo pueden estar pateando, pero ese tipo vencido en la vereda puede estarle diciendo al que le pega más (porque es más fuerte o por lo que sea) “vos sos un hijo de puta y yo tengo razón, y mi motivo de queja es el justo”. Martín Fierro venció a un negro y lo mató a la entrada de un baile, y el Martín Fierro no tenía razón. El muerto –que ni se quejó– tenía la dignidad del que sufrió la afrenta, del que defendió a una mujer que no había jodido a nadie y que un bravucón a la entrada de un baile la ofendía sin motivo. Esta anécdota muchas veces la comentó Borges. Señalaba que el personaje del Martín Fierro no era un gran muchacho, que la muerte de ese hombre era un hecho indigno. Creo que la dignidad, si hay alguna, radica en decir cuándo se ha cometido una villanía, una maldad, un crimen, una afrenta en la vida de una persona que no jodió a nadie. Y el asesinato político es criminal, oscuro, es perverso, aún sobre aquel que hizo algo. Porque el asesinato no es una respuesta digna, ni la será jamás. Siempre será una villanía.

M.P:  En Tangos... decís que sos una “pecadora”. ¿Por qué?

L.G.H:  Qué sé yo... La iglesia me lo diría porque vine al mundo... ¿Yo digo que soy una pecadora?

M.P:  En una parte decís “me querías pecadora? Yo te daré indolencia semejante al destierro”.

L.G.H:  No, creo que no es pecadora... es otra palabra... creo que es “culpable”. Bueno, después buscálo. Ahora estoy usando en un poema la palabra pecadora, con una de mis frases jocosas más logradas de hace muchos años, uno de los chistes más alegres que tengo en mi repertorio, y es que “de los pecados tengo todas las putas y ninguno de los placeres”. De todas formas, yo he cometido casi todo el abanico de las villanías y de las miserias humanas. He envidiado, tuve celos, he mentido... Aunque hay algunas cosas que no quise hacer, porque me desagradan, la traición es una de ellas...

M.P:  Eso te diferencia de la mayoría...

L.G.H:  No, porque no creo que la mayoría sea traidora. Yo tengo otras quejas para hacer, con respecto a lo que generalmente fue algo indigno o reaccionario. Y sobre todo con una vocación esclava. Reprocho a la gente que en los grandes temas como... (silencio) Parece que ya decir la palabra “desaparecido” es como una guarangada... pero de ese tema hasta los temas más vulgares... Por ejemplo, yo padecí junto a muchas personas, los cortes de luz del 98 en esta ciudad. Cuando salíamos a la calle, éramos 30 personas que girábamos de una esquina a otra, de un barrio a otro, que quemábamos las cubiertas en una esquina y después íbamos a 15 cuadras más allá y quemábamos otra. Ya te digo, 30 personas, quizás 50, 100... siendo optimistas y ciegos a la realidad 200 personas... Las víctimas de ese apagón fueron 500.000 personas. El hecho de que sean solamente 100 personas las capaces de decir “esto no puede ser” y hacer un poco de barullo, mientras los otros soportan y aguantan y refunfuñan, pero operativamente no hacen nada... Vayan a las oficinas de Edesur, al ente que regula, no sé... pero hagan algo, actúen, defiéndanse, porque si no, como en ese viejo programa de Tato Bores, realmente “nos van a comer los albatros”. Y el hecho de que sean sólo 300 los que se quejan no sirve. Yo estaría siempre entre estos 300, pero no se pueden salvar ni a sí mismos porque son muy pocos, porque no tienen fuerza suficiente. Entonces los otros están en un estado catatónico, no saben que se joden a sí mismos, sino que además me joden a mí.

No me importaría que me maten con tal de que no me humillen más. (silencio) El lugar del humillado... (largo silencio) El lugar del humillado es un lugar desde donde se te quita tu naturaleza humana. El genocidio que se hace a los viejos en este país, la atención de su salud, sus jubilaciones miserables, el maltrato. El endiosamiento a la juventud y al cuerpo espléndido, a base de otras formas de hambre y de ayunos. Así que tampoco el lugar supuestamente espléndido de la juventud es carente de humillaciones. Las chicas de ahora, por centenares, por miles, padecen trastornos de alimentación de todo tipo. Todo forma parte de ese pastiche de humillación, de animales atrapados en un corral, de animales expuestos para lo que elige el matarife. En esa visión, hay muy poco lugar para el hombre.

No disfruto de la literatura panteísta, que alaba “el crecimiento alegre de los brotes de hierba, los atardeceres maravillosos”. Todo eso, además, ya está. Pero lo siento tan alejado de mí...

Pausa en la grabación. Se habla de muchos temas. De vez en cuando, no puedo evitar observar las fotografías que ilustran las paredes de la casa de Leonor. Entre esas fotografías, se destaca la de Antonin Artaud y en especial las de Humphrey Bogart que se repiten en varios cuadros, como si su presencia custodiara el lugar. Le pregunto qué piensa de los hombres...–

L.G.H:  Ensimismada en este rencor que siento hacia los hombres, me gusta decir –incluso a mis amigos– que me da la sensación y tengo indicios recurrentes, de que son todos putos. Yo respeto a un hombre homosexual, que dice “yo soy homosexual”, pero hay una diferencia entre eso y los “vivillos de oficina” o los “vivillos de cocina de bar”. En todo lugar donde haya un grupo de muchachos trabajando, jugando o en un vestuario de gimnasio, o lo que sea, como quien se macanea todo el tiempo se están toqueteando. “Mirá que te apoyo” o “te gusta que te la apoyen”. Y por ejemplo, el fenómeno de los travestis no parece impregnar la vida cotidiana y las relaciones cotidianas de las mujeres. Sí parece haber impregnado la vida cotidiana de los hombres, o que en todo caso, la aparición de ese fenómeno deslumbró de semejante manera porque es algo que parece estar no subyaciendo en capas profundas sino en capas muy superficiales de las relaciones de los hombres entre sí. Y creo que el que va recurrentemente a buscar travestis, tiene comprometido algo más que la curiosidad, porque además es repetitivo. Y los que hacen “uso” son señores “hechos y derechos”, con familia, casados, con supuestas vidas respetables.

Con respecto al machismo. Creo que como toda cultura de dominación, lleva en sí la certidumbre de la dignidad de la naturaleza contraria. Yo confío en un hombre capaz de desenvolverse en la vida respetando a sus semejantes, considerando a todos y cada uno, como un ser merecedor de todo respeto, de todo cuidado y de todo derecho. Todo hombre que no se esfuerce por sostener esta cultura y esta moral, me parece un hombre despreciable. A mí me gusta detenerme en el peronismo... Es extraño hablar con un peronista, porque cada vez que yo he hablado con un peronista, resultaba ser que el peronismo era siempre otra cosa. Para ellos resultaba ser que lo que el peronismo hacía en ese momento, no era el peronismo, que el peronismo era otra cosa. Lo he escuchado en el ’73, durante la dictadura, durante el menemismo, y lo sigo escuchando de cada persona que se reconoce peronista. Algo similar ocurre cuando uno habla con un hombre. Siempre es otra cosa que lo que hace. Conozco pocos hombres que respeten a la mujer como un par con el que deben ser solidarios, compañeros. Y sostenerlo en la misma medida en que él necesite compañía, solidaridad y sostén. Conozco pocos hombres que respeten la naturaleza de la vida de una mujer. El 90% de los hombres trata de la misma manera a una mujer enamorada que a una puta. La trata un poco peor... porque a la puta le paga. En estos últimos años he frecuentado sitios en donde se realizan tratamientos oncológicos a pacientes con cáncer. En todos estos sitios jamás he visto a un hombre enfermo solo. Siempre está acompañado por una mujer. En cambio, las mujeres, en el 90% de los casos, están solas. Eventualmente acompañadas por alguna amiga o hermana, nunca acompañadas por un hombre. Es un hecho llamativo.

Creo que todos los seres humanos somos intrínsecamente, físicamente, seres solos. Abandonados a la buena o mala fortuna. Dentro de ese panorama, las mujeres están aún más solas. (silencio)

Creo que se avanza hacia una cultura donde se va perdiendo el rastro, los logros, de muchas maneras. Así como se han perdido las grandes artesanías. Uno sale a caminar por Av. de Mayo o por cualquier barrio y ve esos balcones, esos detalles de molduras en las paredes, esos estucados, esos techos de pizarra. Son tantos los conocimientos que se van perdiendo, las tradiciones, porque además nadie paga por esos conocimientos. Uno se pregunta, cómo no valoran la poesía, cuando tantas cosas no han sido valoradas y tantas se han perdido.

A las tejedoras indúes les cortaban un dedo indispensable de la mano para manejar los telares, para que no pudiesen competir los tejidos indúes contra los tejidos ingleses. Entonces, la humanidad ha hecho cosas horrendas contra sí misma. Ha perdido y vuelto a perder. Ha pagado para que pueblos íntegros pierdan. A veces, da la sensación de que la humanidad, como naturaleza, no avanza ni un paso. Puede ser que avancen sus construcciones, pero no su naturaleza. Hay que construir más y más para parar a una bestia que quiere sangre.

“Así acabará el mundo, no como un estallido, sino como un sollozo”.

Más recuerdos...

En el año ’72 llegué por una cuestión fortuita, totalmente accidental, a un taller literario, el primero que existió en Argentina. Este taller se llamaba Mario Jorge De Lellis, en homenaje a este poeta. Fue creado –entre otra gente– por Jorge Ricardo Aulichino, Daniel Freidenberg, Jorge Asís, Marcelo Cohan, Irene Gruss, con un espíritu de generosidad intelectual invalorable del cual estoy muy agradecida. Después, con otros compañeros como Sergio Kiesilevski, Luis Eduardo Alonso, Pedro Donangelo, Jorge Barbikane, Nora Perusin, Juan Cristóbal Villafañe, tratamos de repetir esta experiencia de generosidad. Este taller siguió funcionando hasta el año ’77, en que secuestran a tres integrantes del taller, tres chicos de 19 años.

M.P:  ¿Recordás sus nombres?

L.G.H:  Sí. Claudio Valetti, María Helena San Martín de Valetti –se habían casado hace muy poco tiempo– y Claudio Oistrej. Cerramos el taller. Hicimos todo lo que estuvo en nuestro alcance todos esos años para tratar de ubicarlos, de recuperarlos, pero fue imposible. Hicimos hasta cosas, vistas a esta altura de los acontecimientos, necias y estúpidas, como mandar telegramas al poder ejecutivo, al primer cuerpo del ejército, con nuestros números de documento, nuestras firmas, nuestras direcciones, reclamando la aparición de estos chicos. Fue un hecho devastador. No son los únicos integrantes de talleres literarios que han desaparecido, sé que hay más, no recuerdo sus nombres. Para mí y el resto de estos compañeros, fue un hecho que no tiene consuelo, para el que jamás tendremos amparo alguno.

En el año ’84, nos volvimos a reunir en un trabajo en común, que fue sacar la revista Mascaró, junto a otra gente como Ricardo Mariño y Susana Silvestre. Fue una experiencia muy rica, salieron 6 números, tratamos de hacer un trabajo generoso en difusión cultural, literaria en particular. Fue una revista respetada y recordada hasta el día de hoy. Contó con una excelente diagramación del artista plástico Alvaro Jiménez. Ahora salieron estos 4 libros, Sudestadas de Alonso, Los Soles Oblicuos de Perusin, Electrificar Rusia de Kiesilevski y Tangos del Orfelinato Tangos del Asesinato escrito por mí. No hemos contado con demasiados comentarios ni demasiado apoyo para esta iniciativa de una colección de poesía que esperamos continúe. Estamos intentando poder lograr la aparición de otros libros de Villafañe y Barbikane. La impresión se realiza con dinero exclusivamente de nuestros bolsillos. Yo conté con un apoyo del Fondo Nacional de las Artes, pero lo puse en esto, tratando de zafar de los costos editoriales, tratando de reducir los costos a los de imprenta. Tenemos un imprentero amigo, con el cual tenemos una relación de hace muchos años, y nos hace precio de amigos. Ojalá contásemos con algún tipo de apoyo que nos permita abrir el fuego a propuestas más generosas que incluya la posibilidad de editar a gente que no cuente con dinero para editar.

Sobre el conocimiento...

¿Qué es lo que advierte una hormiga a la cual pisó un tractor? ¿Qué advierte la hormiga de ese fenómeno? ¿Qué reconoce del tractor?. Creo que mucha gente vive así. En todo caso, el tractor la aplasta, pero no vive nada del hecho dramático de ver venirse al tractor encima, de advertir que su velocidad no alcanza para salir del espacio por donde el tractor pasará. Entonces hay como un contento, porque no lo advierten.

El equilibrio está dado por grados de conocimientos. Nunca la felicidad del que comprendió algo, del que advirtió algo, será igual a la del que no sabe, a la del que ni siquiera sospecha. Parece ser que en “el libro de los libros” –La Biblia, si hay algo castigado, es el conocimiento. Cuando Dios hecha al hombre del paraíso, lo hecha por haber probado el fruto del árbol del conocimiento. Se puede observar la historia también como un castigo sobre el conocimiento. Es una lectura posible de la historia. El conocimiento es siempre una desobediencia.

M.P:  En Tangos... hablás mucho sobre la orfandad...

L.G.H: Como te decía antes, me interesa establecer esa vinculación entre el crimen político y sus formas germinales en la familia. Porque creo que en mi generación –la de los 70s– existió una forma de expulsión familiar, una forma de castigo a la desobediencia, de desobediencia al modelo cultural y moral que existía hasta esa época.

El tema de la orfandad registra o intenta registrar un lugar, un lugar de indefención social que nació en la familia. Un lugar en donde la familia participó para crear, donde participaron los vecindarios, los colegios, las universidades, los gerentes de fábricas... Por esto pudo ocurrir. Los grados de responsabilidad por supuesto no son los mismos. Digo solamente, que toda esta crueldad pudo existir, porque hubo una crueldad social que de alguna forma también participó de este hecho. Es muy amarga la visualización de estas cosas, porque no hay una interrupción profunda, porque no hay una seria revisión social de los sucesos. A mí no me gusta revolverlos con una suerte de gusto obsceno. Si no se aprenden nuevas conductas de amparo socialmente, como los asesinos están ahí y caminan por las calles, esto en algún momento volverá a ocurrir. En las primeras manifestaciones que logren rearmarse en repudio a formas de vida injustas, aquello volverá a ocurrir.

Yo ni glorifico ni defiendo el mundo del delito. De todas formas, creo que si una persona es expulsada de toda vida digna, útil, generosa y placentera, si no tiene oportunidad de desarrollarse armónicamente en la vida, la elección del mundo del delito es por lo menos, una forma instintiva de defensa de la vida. “No me dejás laburar, no puedo acceder a la salud, a la educación, a un lugar civilizado en el mundo, bueno, entonces me refugio con los míos, con quienes están en mi misma condición, en un mundo incivilizado y que se salve quien pueda”... Creo que ésto es lo que genera el mundo del delito. Hoy, cualquier persona mínimamente afectada por la posibilidad del robo, porque le entren a la casa y les saquen sus electrodomésticos, pide sangre, pide muerte... No se detiene ni por un instante, a pensar y a exigir el cambio de la situación que obliga a la gente o que le da un libreto incontestable a la gente que elige el delito como un lugar de retención de sus derechos a estar en la vida. Toda esa caída sumamente hipócrita sobre el dolor ajeno, es hipócrita porque nadie se anima a poner en su boca las palabras que hablan sus actos.

Los “escuadrones de la muerte” en Brasil, que donde encuentran a un chico durmiendo en un umbral lo matan, muestran el pensamiento cruel y mezquino de esta sociedad, sin hipocresía. Ese chico, cuando tenga 14 o 15 años saldrá con una navaja y le cortará la garganta al que pueda, para sacarle un anillo o la billetera, entonces lo matan. Como no están dispuestos a hacer algo para evitar que ese chico duerma en el umbral, lo matan. Ésa, es la expresión moral de este mundo, sin hipocresía. En cambio, en esta sociedad argentina, que dice “yo soy honrado, yo trabajo, yo todavía retengo un lugar en el mundo porque tengo un salario, una obra social, entonces no quiero que un desprovisto de éstos me ataque. Pero yo no le deseo la muerte a un pobre niño que duerme en un umbral, quiero que a los 14 o 16 años lo mate la policía”... Son juegos de espejos...  (largo silencio)

M.P:  En los niños, en los que están por nacer... ¿ves un cambio posible?

L.G.H:  Por lo que uno ve en estos últimos 10 o 15 años a nivel mundial, yo no veo progresos, yo no veo un crecimiento del pensamiento humanista, una posibilidad de desarrollo... Ahora están en boga los derechos internacionales del niño, en los colegios les enseñan los derechos que supuestamente tienen los niños, pero basta de mentir... los chicos siguen siendo los desposeídos, porque nacieron en un lugar donde nada se posee, siguen siendo los menos elegidos, siguen creciendo los ofrecimientos de prostitución infantil hasta en internet... Yo creo que estamos en un mundo donde todo está todavía por hacerse. Tal vez se halla avanzado en el campo del pensamiento. Hoy se tienen herramientas de pensamiento, estructuras filosóficas complejas que repudian que esto suceda. Falta que se haga lo necesario para que esto no suceda...

La experiencia social, indica que el que eligió un camino de rechazo a la injusticia, al soborno, a la hipocresía, en la vida no le fue bien. Y aquí en Argentina hay una experiencia muy clara: al que intenta algo distinto, lo matan.

 

 


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