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          Publicada en la revista Perro Negro Nº 2, agosto/septiembre 
          2000 
            
          
          Recuerdos de 
          infancia... 
          
          Leonor 
          García Hernando:  
          Creo que tengo un recuerdo también 
          ilusorio de mi infancia, es decir, en un momento –que no puedo 
          detectar cuál fue– me construí una memoria de la infancia, que no es 
          mi infancia misma, no es lo que ocurrió. Es una reconstrucción 
          idealizada de la infancia. Creo que no es de la infancia, sino que es 
          de esa reconstrucción que no me puedo despegar. 
          
          Y ya en esa infancia 
          –esto sí más apegado a los hechos limpios, sin reconstrucción– la 
          literatura tuvo un papel vital muy grande. Sobre todo en libros de 
          piratería. Éramos tres hermanos y no solamente fueron libros leídos, 
          devorados por nosotros, sino que además formaban parte de nuestro 
          mundo de juegos, de reconstrucciones, del trabajo lúdico en todos sus 
          aspectos, hasta en su aspecto “arquitectónico”, porque con maderas 
          construíamos los barcos. Respetábamos las aberturas de las puertas, de 
          las claraboyas, de los ojos de buey. Disputaba con mi hermano el rango 
          de capitán. 
          
          Mauro 
          Pereira:  
          ¿Cuándo aparece la escritura? 
          
          L.G.H: 
          Creo que la 
          escritura aparece como una cita que se da entre dos hechos. Por un 
          lado la pérdida de la infancia, como edad y como espacio. Mi infancia 
          está vinculada a lo que hoy se llama “Ciudad Evita” –nombre que debió 
          conservar siempre, pero cuando llegué a ese pueblito se llamaba 
          “Ciudad Belgrano”–. Calles de barro, ausencia total de teléfonos, de 
          hospitales. Mi padre para venir a trabajar a la Capital todos los 
          días, usaba galochas, en invierno o en épocas de lluvia. Mi casa 
          quedaba en la última línea de edificación sobre el bosque de Ezeiza. 
          Frente a mi casa empezaba el bosque. 
          
          Cuando tengo 11 años 
          nos mudamos a la Capital. Es el final de la infancia como edad y como 
          lugar para tener infancia. Para mí fue seguramente una falla 
          constitucional, psíquica. Una incapacidad total o muy grande de 
          adaptación. Y viví eso como una pequeña muerte... Ahí empecé a 
          escribir.  
          
          Esto va acompañado de 
          que en mi casa, en mi mundo familiar, yo era la torpe, yo era la que 
          trataba y no podía, como sí podían los otros que eran mis hermanos. Yo 
          trataba de cantar y desentonaba, trataba de bailar y era pata dura, 
          trataba de dibujar y tenía la mano de piedra. No creo en esos primeros 
          años haber escrito mejor que mis hermanos. Mis hermanos no lo 
          intentaron. No tuve con quien competir, no aparecí como la que peor 
          hacía las cosas, entonces perseveré. Me quedé ahí, que era un 
          territorio que nadie disputaba. Creo además, que era un territorio que 
          gozaba de la satisfacción de mi padre que era periodista y veía la 
          continuación de sí en esa hija que también escribía. 
          
          Desde que empecé a 
          escribir, “la pérdida de la infancia” fue el tema. Y también fue el 
          tema asociado a la muerte. Después, para la desgracia de todos y de la 
          mía, éste país me dio muchos motivos para que pueda perseverar en 
          estos temas. El crimen, el asesinato como código de educación hacia la 
          población civil, hacia los jóvenes, en forma encarnizada, 
          desgraciadamente permitió que yo me pueda demorar en este tema. Y 
          además, no pienso salir de él... (silencio)  
          
          
          M.P:  
          Escuché una vez que la historia 
          argentina está escrita con sangre y traición... 
          
          L.G.H: 
          Creo que el mito 
          de la traición, es fundante de la historia argentina. Si supuestamente 
          la Revolución de Mayo es un hecho fundacional de la idea de Nación 
          argentina, de Patria independiente, ésa historia de la Revolución está 
          tan plagada de traición, de mezquindad, de villanía. Yo no soy una 
          experta en historia argentina, me he acercado a través de la 
          literatura, de la charla con gente que sí sabe, no quisiera hablar 
          como si yo supiese de historia con la boca llena. Pero cuando uno 
          roza, se permite espiar la documentación histórica, los 
          historiadores más serios, más profundos, más críticos, en las obras 
          que narran, reviven los hechos, como las traiciones y las villanías 
          que sufrió todo el grupo más radicalizado de la Revolución de Mayo, 
          Moreno, Belgrano, Monteagudo, Castelli, son de terror. Fue el libro de 
          Ribera La Revolución es un Sueño Eterno, el que unió mi 
          sensación y mi emoción –producto de la época en la que yo viví y vivo– 
          al pasado no vivido de mi historia argentina, como un hecho cíclico. 
          Además, están todas las inmensas y terribles cantidades de traiciones 
          que no llegan al conocimiento de la ciudadanía común. Creo que esa 
          idea kafkiana del poder como un lugar al que nunca se accede, al que 
          nunca se llega, al que nunca se lo conoce y que domina gran parte de 
          nuestras razones, de nuestros “para qué”, con nuestra absoluta 
          ignorancia de lo que nos maneja, nos detiene y nos obliga a 
          abstenernos de tantas cosas, creo que esa idea del poder que yo 
          aprendí leyendo a Kafka, es válida en todo el mundo y acá también, de 
          una forma tenebrosa. 
          
          Los hombres interesados 
          en el poder no son los mejores. Y el poder parece traer en sí mismo, 
          una obscenidad, que en hombres que no tienen una gran preocupación 
          moral, los termina de corromper. Ya eran corruptos y el poder acentúa. 
          
          M.P: 
          En Tangos del 
          Orfelinato Tangos del Asesinato percibí cierta sensualidad y 
          atracción por la oscuridad y lo marginal. Y al mismo tiempo ciertas 
          preocupaciones políticas –muchas veces difíciles de descifrar en tu 
          escritura– 
          como, por ejemplo, en estos otros poemas inéditos, el recuerdo de 
          Víctor Jara cuando hablás de los estadios y de las manos cortadas. 
          
          L.G.H:
            Sí... creo que 
          hay dos temas diferentes. Uno es mi preocupación por lo político. Es 
          una preocupación... no es ambigua la palabra, tampoco es 
          contradictoria, no sabría como definirlo... Yo he sido y sigo 
          intentando ser una mujer política, he militado en política, soy una 
          mujer de izquierda. Ahora en literatura, he visto muchas veces que 
          maquillado por la intención política, se han mostrado obras muy 
          endebles literariamente, trabajos que a mi entender no guardan ningún 
          esfuerzo creativo. También he conocido poesía profundamente política. 
          Gran parte de la obra de Vallejo, sobre todo en el libro dedicado a la 
          Guerra Civil española –España aparta de mí este cáliz–, 
          la obra de Cardenal, la obra de Paul Eluard en la época en que 
          militaba en la Resistencia francesa. He nombrado unos pocos, pero la 
          poesía épica, política, es vieja como el hombre, o por lo menos desde 
          que el hombre escribe poesía. Con esto quiero decir que me interesa 
          muchísimo el tema político, pero sólo en la medida en que sea yo capaz 
          de tratarlo con una dignidad creativa. Para mí, por ciertas 
          características mías –una tendencia a la retórica y a la 
          grandilocuencia– que me molestan, para mi idea de lo que es un trabajo 
          poético digno, yo fracaso. Yo no logro hacer lo que quiero hacer. Pero 
          me interesa mucho alcanzar una síntesis entre lo que es la crítica 
          política más vasta y lo que es una visión crítica del mundo familiar 
          vinculado a las criminalidades políticas. Porque creo que está ligado. 
          Este país, es como un país saturnino, es decir, de hombres que 
          fagocitan a sus hijos, como Saturno. Hay una pintura extraordinaria de 
          Goya, en donde muestra a Saturno comiéndose a su hijo. Creo que esa 
          imagen de Goya, está unida a mi emoción, en lo que hace a la temática 
          de mi literatura. 
          
          Y es cierto. Vos 
          hablaste de una suerte de sensualidad en esa mirada negra, oscura... Y 
          hay una vanidad en el dolor. Hay una vanidad en no ocultarlo, porque 
          no estoy de acuerdo con el ocultamiento. Esto para nada tiene que ver 
          con una vida personal carente de motivos de felicidad. Yo he tenido 
          tantos motivos de felicidad como cualquiera. Simplemente no es ése mi 
          tema. Creo que ni a mí ni a los otros, les hace demasiada falta el 
          hablar, el escribir, el poderse identificar con esas felicidades 
          domésticas, que más o menos, cazás más cazás menos, podemos resolver. 
          Hace falta hablar de lo que no podemos resolver, hasta resolverlo... 
          cuando esté resuelto, tal vez aparezca un tema. Creo que lo que no 
          podemos resolver, es la desgracia, el sufrimiento, la marginación. Y 
          esto no está disminuyendo en Argentina, está aumentando. Todo tipo de 
          marginación, la económica, laboral, trae otros tipos de marginaciones 
          de forma inmediata. 
          
          Estoy en un momento, en 
          el que me vuelve a afligir el no poder escribir una página feliz. 
          Muchas veces me pesa y me jode, y quisiera que no sea así, quisiera 
          escribir yo también sobre “la felicidad”. Y además sé que hay gente 
          que me lo reprocha, que me dice “no te puedo leer porque me falta el 
          aire cuando leo 10 poemas tuyos”. Y yo por un lado –así un poco 
          rencorosa– pienso “pero si eso quiero yo, que te falte el aire”... Y 
          después pienso, bueno, no todo el mundo puede soportar que alguien se 
          esté quejando sobre su oído todo el tiempo. Pero si al final no lo 
          resuelven diré “y bueno, ¿qué página querías encontrar?, no han leído 
          bastante, con aire o sin aire...” En definitiva, yo voy a hacer como 
          todo el que escribe, voy a hacer lo que pueda. 
          
          M.P: 
          ¿No creés que tu 
          lugar de la queja es digno? 
          
          L.G.H: 
          (silencio)  
          No me gusta citarme, pero hay una fracesita que dice “no hay nada 
          bueno que empiece por ser una herida”... Yo creo que cuando 
          alguien se queja de un dolor, de una herida verdadera, nunca hay 
          dignidad, nunca hay elegancia. Porque por naturaleza, no es ni 
          elegante ni digno el sufrimiento. Es siempre indigno. No pretendo ser 
          digna... (silencio) 
          
          Imagino una pelea de 
          muchachos en una esquina. Un tipo puede estar tirado en la vereda, lo 
          pueden estar pateando, pero ese tipo vencido en la vereda puede 
          estarle diciendo al que le pega más (porque es más fuerte o por lo que 
          sea) “vos sos un hijo de puta y yo tengo razón, y mi motivo de queja 
          es el justo”. Martín Fierro venció a un negro y lo mató a la entrada 
          de un baile, y el Martín Fierro no tenía razón. El muerto –que ni se 
          quejó– tenía la dignidad del que sufrió la afrenta, del que defendió a 
          una mujer que no había jodido a nadie y que un bravucón a la entrada 
          de un baile la ofendía sin motivo. Esta anécdota muchas veces la 
          comentó Borges. Señalaba que el personaje del Martín Fierro no era un 
          gran muchacho, que la muerte de ese hombre era un hecho indigno. Creo 
          que la dignidad, si hay alguna, radica en decir cuándo se ha cometido 
          una villanía, una maldad, un crimen, una afrenta en la vida de una 
          persona que no jodió a nadie. Y el asesinato político es criminal, 
          oscuro, es perverso, aún sobre aquel que hizo algo. Porque el 
          asesinato no es una respuesta digna, ni la será jamás. Siempre será 
          una villanía. 
          
          M.P: 
          En Tangos...
          decís que sos una “pecadora”. ¿Por qué? 
          
          L.G.H: 
          Qué sé yo... La 
          iglesia me lo diría porque vine al mundo... ¿Yo digo que soy una 
          pecadora?  
          
          M.P: 
          En una parte decís 
          “me querías pecadora? Yo te daré indolencia semejante al destierro”. 
          
          L.G.H: 
          No, creo que no es 
          pecadora... es otra palabra... creo que es “culpable”. Bueno, después 
          buscálo. Ahora estoy usando en un poema la palabra pecadora, con una 
          de mis frases jocosas más logradas de hace muchos años, uno de los 
          chistes más alegres que tengo en mi repertorio, y es que “de los 
          pecados tengo todas las putas y ninguno de los placeres”. De todas 
          formas, yo he cometido casi todo el abanico de las villanías y de las 
          miserias humanas. He envidiado, tuve celos, he mentido... Aunque hay 
          algunas cosas que no quise hacer, porque me desagradan, la traición es 
          una de ellas... 
          
          M.P: 
          Eso te diferencia 
          de la mayoría... 
          
          L.G.H: 
          No, porque no creo 
          que la mayoría sea traidora. Yo tengo otras quejas para hacer, con 
          respecto a lo que generalmente fue algo indigno o reaccionario. Y 
          sobre todo con una vocación esclava. Reprocho a la gente que en los 
          grandes temas como... (silencio) Parece que ya decir la palabra 
          “desaparecido” es como una guarangada... pero de ese tema hasta los 
          temas más vulgares... Por ejemplo, yo padecí junto a muchas personas, 
          los cortes de luz del 98 en esta ciudad. Cuando salíamos a la calle, 
          éramos 30 personas que girábamos de una esquina a otra, de un barrio a 
          otro, que quemábamos las cubiertas en una esquina y después íbamos a 
          15 cuadras más allá y quemábamos otra. Ya te digo, 30 personas, quizás 
          50, 100... siendo optimistas y ciegos a la realidad 200 personas... 
          Las víctimas de ese apagón fueron 500.000 personas. El hecho de que 
          sean solamente 100 personas las capaces de decir “esto no puede ser” y 
          hacer un poco de barullo, mientras los otros soportan y aguantan y 
          refunfuñan, pero operativamente no hacen nada... Vayan a las oficinas 
          de Edesur, al ente que regula, no sé... pero hagan algo, actúen, 
          defiéndanse, porque si no, como en ese viejo programa de Tato Bores, 
          realmente “nos van a comer los albatros”. Y el hecho de que sean sólo 
          300 los que se quejan no sirve. Yo estaría siempre entre estos 300, 
          pero no se pueden salvar ni a sí mismos porque son muy pocos, porque 
          no tienen fuerza suficiente. Entonces los otros están en un estado 
          catatónico, no saben que se joden a sí mismos, sino que además me 
          joden a mí. 
          
          No me importaría que me 
          maten con tal de que no me humillen más. (silencio) El lugar 
          del humillado... (largo silencio) El lugar del humillado es un 
          lugar desde donde se te quita tu naturaleza humana. El genocidio que 
          se hace a los viejos en este país, la atención de su salud, sus 
          jubilaciones miserables, el maltrato. El endiosamiento a la juventud y 
          al cuerpo espléndido, a base de otras formas de hambre y de ayunos. 
          Así que tampoco el lugar supuestamente espléndido de la juventud es 
          carente de humillaciones. Las chicas de ahora, por centenares, por 
          miles, padecen trastornos de alimentación de todo tipo. Todo forma 
          parte de ese pastiche de humillación, de animales atrapados en un 
          corral, de animales expuestos para lo que elige el matarife. En esa 
          visión, hay muy poco lugar para el hombre. 
          
          No disfruto de la 
          literatura panteísta, que alaba “el crecimiento alegre de los brotes 
          de hierba, los atardeceres maravillosos”. Todo eso, además, ya está. 
          Pero lo siento tan alejado de mí... 
          
          
          –Pausa 
          en la grabación. Se habla de muchos temas. De vez en cuando, no puedo 
          evitar observar las fotografías que ilustran las paredes de la casa de 
          Leonor. Entre esas fotografías, se destaca la de Antonin Artaud y en 
          especial las de Humphrey Bogart que se repiten en varios cuadros, como 
          si su presencia custodiara el lugar. Le pregunto qué piensa de los 
          hombres...–  
          
          L.G.H: 
          
          Ensimismada en este rencor que siento hacia los 
          hombres, me gusta decir –incluso a mis amigos– que me da la sensación 
          y tengo indicios recurrentes, de que son todos putos. Yo respeto a un 
          hombre homosexual, que dice “yo soy homosexual”, pero hay una 
          diferencia entre eso y los “vivillos de oficina” o los “vivillos de 
          cocina de bar”. En todo lugar donde haya un grupo de muchachos 
          trabajando, jugando o en un vestuario de gimnasio, o lo que sea, como 
          quien se macanea todo el tiempo se están toqueteando. “Mirá que te 
          apoyo” o “te gusta que te la apoyen”. Y por ejemplo, el fenómeno de 
          los travestis no parece impregnar la vida cotidiana y las relaciones 
          cotidianas de las mujeres. Sí parece haber impregnado la vida 
          cotidiana de los hombres, o que en todo caso, la aparición de ese 
          fenómeno deslumbró de semejante manera porque es algo que parece estar 
          no subyaciendo en capas profundas sino en capas muy superficiales de 
          las relaciones de los hombres entre sí. Y creo que el que va 
          recurrentemente a buscar travestis, tiene comprometido algo más que la 
          curiosidad, porque además es repetitivo. Y los que hacen “uso” son 
          señores “hechos y derechos”, con familia, casados, con supuestas vidas 
          respetables. 
          
          
          Con respecto al machismo. Creo que como toda cultura de 
          dominación, lleva en sí la certidumbre de la dignidad de la naturaleza 
          contraria. Yo confío en un hombre capaz de desenvolverse en la vida 
          respetando a sus semejantes, considerando a todos y cada uno, como un 
          ser merecedor de todo respeto, de todo cuidado y de todo derecho. Todo 
          hombre que no se esfuerce por sostener esta cultura y esta moral, me 
          parece un hombre despreciable. A mí me gusta detenerme en el 
          peronismo... Es extraño hablar con un peronista, porque cada vez que 
          yo he hablado con un peronista, resultaba ser que el peronismo era 
          siempre otra cosa. Para ellos resultaba ser que lo que el peronismo 
          hacía en ese momento, no era el peronismo, que el peronismo era otra 
          cosa. Lo he escuchado en el ’73, durante la dictadura, durante el 
          menemismo, y lo sigo escuchando de cada persona que se reconoce 
          peronista. Algo similar ocurre cuando uno habla con un hombre. Siempre 
          es otra cosa que lo que hace. Conozco pocos hombres que respeten a la 
          mujer como un par con el que deben ser solidarios, compañeros. Y 
          sostenerlo en la misma medida en que él necesite compañía, solidaridad 
          y sostén. Conozco pocos hombres que respeten la naturaleza de la vida 
          de una mujer. El 90% de los hombres trata de la misma manera a una 
          mujer enamorada que a una puta. La trata un poco peor... porque a la 
          puta le paga. En estos últimos años he frecuentado sitios en donde se 
          realizan tratamientos oncológicos a pacientes con cáncer. En todos 
          estos sitios jamás he visto a un hombre enfermo solo. Siempre está 
          acompañado por una mujer. En cambio, las mujeres, en el 90% de los 
          casos, están solas. Eventualmente acompañadas por alguna amiga o 
          hermana, nunca acompañadas por un hombre. Es un hecho llamativo. 
          
          
          Creo que todos los seres humanos somos intrínsecamente, 
          físicamente, seres solos. Abandonados a la buena o mala fortuna. 
          Dentro de ese panorama, las mujeres están aún más solas. (silencio)  
          
          
          Creo que se avanza hacia una cultura donde se va perdiendo el 
          rastro, los logros, de muchas maneras. Así como se han perdido las 
          grandes artesanías. Uno sale a caminar por Av. de Mayo o por cualquier 
          barrio y ve esos balcones, esos detalles de molduras en las paredes, 
          esos estucados, esos techos de pizarra. Son tantos los conocimientos 
          que se van perdiendo, las tradiciones, porque además nadie paga por 
          esos conocimientos. Uno se pregunta, cómo no valoran la poesía, cuando 
          tantas cosas no han sido valoradas y tantas se han perdido. 
          
          
          A las tejedoras indúes les cortaban un dedo indispensable de 
          la mano para manejar los telares, para que no pudiesen competir los 
          tejidos indúes contra los tejidos ingleses. Entonces, la humanidad ha 
          hecho cosas horrendas contra sí misma. Ha perdido y vuelto a perder. 
          Ha pagado para que pueblos íntegros pierdan. A veces, da la sensación 
          de que la humanidad, como naturaleza, no avanza ni un paso. Puede ser 
          que avancen sus construcciones, pero no su naturaleza. Hay que 
          construir más y más para parar a una bestia que quiere sangre. 
           
          
          
          “Así acabará el mundo, no como un estallido, sino como un 
          sollozo”. 
          
          Más recuerdos... 
          
          
          En el año ’72 llegué por una cuestión fortuita, totalmente 
          accidental, a un taller literario, el primero que existió en 
          Argentina. Este taller se llamaba Mario Jorge De Lellis, en homenaje a 
          este poeta. Fue creado –entre otra gente– por Jorge Ricardo Aulichino, 
          Daniel Freidenberg, Jorge Asís, Marcelo Cohan, Irene Gruss, con un 
          espíritu de generosidad intelectual invalorable del cual estoy muy 
          agradecida. Después, con otros compañeros como Sergio Kiesilevski, 
          Luis Eduardo Alonso, Pedro Donangelo, Jorge Barbikane, Nora Perusin, 
          Juan Cristóbal Villafañe, tratamos de repetir esta experiencia de 
          generosidad. Este taller siguió funcionando hasta el año ’77, en que 
          secuestran a tres integrantes del taller, tres chicos de 19 años. 
          
          M.P: 
          
          ¿Recordás sus nombres? 
          
          L.G.H: 
          
          Sí. Claudio Valetti, María Helena San Martín de 
          Valetti –se habían casado hace muy poco tiempo– y Claudio Oistrej. 
          Cerramos el taller. Hicimos todo lo que estuvo en nuestro alcance 
          todos esos años para tratar de ubicarlos, de recuperarlos, pero fue 
          imposible. Hicimos hasta cosas, vistas a esta altura de los 
          acontecimientos, necias y estúpidas, como mandar telegramas al poder 
          ejecutivo, al primer cuerpo del ejército, con nuestros números de 
          documento, nuestras firmas, nuestras direcciones, reclamando la 
          aparición de estos chicos. Fue un hecho devastador. No son los únicos 
          integrantes de talleres literarios que han desaparecido, sé que hay 
          más, no recuerdo sus nombres. Para mí y el resto de estos compañeros, 
          fue un hecho que no tiene consuelo, para el que jamás tendremos amparo 
          alguno. 
          
          
          En el año ’84, nos volvimos a reunir en un trabajo en común, 
          que fue sacar la revista 
          Mascaró, 
          junto a otra gente como Ricardo Mariño y Susana Silvestre. Fue una 
          experiencia muy rica, salieron 6 números, tratamos de hacer un trabajo 
          generoso en difusión cultural, literaria en particular. Fue una 
          revista respetada y recordada hasta el día de hoy. Contó con una 
          excelente diagramación del artista plástico Alvaro Jiménez. Ahora 
          salieron estos 4 libros, 
          Sudestadas 
          de Alonso, Los 
          Soles Oblicuos 
          de 
          Perusin, 
          Electrificar Rusia 
          de Kiesilevski y 
          Tangos del Orfelinato Tangos del Asesinato 
          
          escrito por mí. No hemos contado con demasiados comentarios ni 
          demasiado apoyo para esta iniciativa de una colección de poesía que 
          esperamos continúe. Estamos intentando poder lograr la aparición de 
          otros libros de Villafañe y Barbikane. La impresión se realiza con 
          dinero exclusivamente de nuestros bolsillos. Yo conté con un apoyo del 
          Fondo Nacional de las Artes, pero lo puse en esto, tratando de zafar 
          de los costos editoriales, tratando de reducir los costos a los de 
          imprenta. Tenemos un imprentero amigo, con el cual tenemos una 
          relación de hace muchos años, y nos hace precio de amigos. Ojalá 
          contásemos con algún tipo de apoyo que nos permita abrir el fuego a 
          propuestas más generosas que incluya la posibilidad de editar a gente 
          que no cuente con dinero para editar. 
          
          Sobre el 
          conocimiento... 
          
          
          ¿Qué es lo que advierte una hormiga a la cual pisó un 
          tractor? ¿Qué advierte la hormiga de ese fenómeno? ¿Qué reconoce del 
          tractor?. Creo que mucha gente vive así. En todo caso, el tractor la 
          aplasta, pero no vive nada del hecho dramático de ver venirse al 
          tractor encima, de advertir que su velocidad no alcanza para salir del 
          espacio por donde el tractor pasará. Entonces hay como un contento, 
          porque no lo advierten. 
          
          
          El equilibrio está dado por grados de conocimientos. Nunca la 
          felicidad del que comprendió algo, del que advirtió algo, será igual a 
          la del que no sabe, a la del que ni siquiera sospecha. Parece ser que 
          en “el libro de los libros” –La 
          Biblia–, 
          si hay algo castigado, es el conocimiento. Cuando Dios hecha al hombre 
          del paraíso, lo hecha por haber probado el fruto del árbol del 
          conocimiento. Se puede observar la historia también como un castigo 
          sobre el conocimiento. Es una lectura posible de la historia. El 
          conocimiento es siempre una desobediencia. 
          
          M.P: 
          
          En 
          Tangos... 
          hablás mucho sobre la orfandad... 
          
          L.G.H:
          
          Como 
          te decía antes, me interesa establecer esa vinculación entre el crimen 
          político y sus formas germinales en la familia. Porque creo que en mi 
          generación –la de los 70s– existió una forma de expulsión familiar, 
          una forma de castigo a la desobediencia, de desobediencia al modelo 
          cultural y moral que existía hasta esa época. 
          
          
          El tema de la orfandad registra o intenta registrar un lugar, 
          un lugar de indefención social que nació en la familia. Un lugar en 
          donde la familia participó para crear, donde participaron los 
          vecindarios, los colegios, las universidades, los gerentes de 
          fábricas... Por esto pudo ocurrir. Los grados de responsabilidad por 
          supuesto no son los mismos. Digo solamente, que toda esta crueldad 
          pudo existir, porque hubo una crueldad social que de alguna forma 
          también participó de este hecho. Es muy amarga la visualización de 
          estas cosas, porque no hay una interrupción profunda, porque no hay 
          una seria revisión social de los sucesos. A mí no me gusta revolverlos 
          con una suerte de gusto obsceno. Si no se aprenden nuevas conductas de 
          amparo socialmente, como los asesinos están ahí y caminan por las 
          calles, esto en algún momento volverá a ocurrir. En las primeras 
          manifestaciones que logren rearmarse en repudio a formas de vida 
          injustas, aquello volverá a ocurrir. 
          
          
          Yo ni glorifico ni defiendo el mundo del delito. De todas 
          formas, creo que si una persona es expulsada de toda vida digna, útil, 
          generosa y placentera, si no tiene oportunidad de desarrollarse 
          armónicamente en la vida, la elección del mundo del delito es por lo 
          menos, una forma instintiva de defensa de la vida. “No me dejás 
          laburar, no puedo acceder a la salud, a la educación, a un lugar 
          civilizado en el mundo, bueno, entonces me refugio con los míos, con 
          quienes están en mi misma condición, en un mundo incivilizado y que se 
          salve quien pueda”... Creo que ésto es lo que genera el mundo del 
          delito. Hoy, cualquier persona mínimamente afectada por la posibilidad 
          del robo, porque le entren a la casa y les saquen sus 
          electrodomésticos, pide sangre, pide muerte... No se detiene ni por un 
          instante, a pensar y a exigir el cambio de la situación que obliga a 
          la gente o que le da un libreto incontestable a la gente que elige el 
          delito como un lugar de retención de sus derechos a estar en la vida. 
          Toda esa caída sumamente hipócrita sobre el dolor ajeno, es hipócrita 
          porque nadie se anima a poner en su boca las palabras que hablan sus 
          actos. 
          
          
          Los “escuadrones de la muerte” en Brasil, que donde 
          encuentran a un chico durmiendo en un umbral lo matan, muestran el 
          pensamiento cruel y mezquino de esta sociedad, sin hipocresía. Ese 
          chico, cuando tenga 14 o 15 años saldrá con una navaja y le cortará la 
          garganta al que pueda, para sacarle un anillo o la billetera, entonces 
          lo matan. Como no están dispuestos a hacer algo para evitar que ese 
          chico duerma en el umbral, lo matan. Ésa, es la expresión moral de 
          este mundo, sin hipocresía. En cambio, en esta sociedad argentina, que 
          dice “yo soy honrado, yo trabajo, yo todavía retengo un lugar en el 
          mundo porque tengo un salario, una obra social, entonces no quiero que 
          un desprovisto de éstos me ataque. Pero yo no le deseo la muerte a un 
          pobre niño que duerme en un umbral, quiero que a los 14 o 16 años lo 
          mate la policía”... Son juegos de espejos...  (largo
          silencio) 
          
          M.P: 
          
          En los niños, en los que están por nacer... ¿ves un 
          cambio posible? 
          
          L.G.H: 
          
          Por lo que uno ve en estos últimos 10 o 15 años a 
          nivel mundial, yo no veo progresos, yo no veo un crecimiento del 
          pensamiento humanista, una posibilidad de desarrollo... Ahora están en 
          boga los derechos internacionales del niño, en los colegios les 
          enseñan los derechos que supuestamente tienen los niños, pero basta de 
          mentir... los chicos siguen siendo los desposeídos, porque nacieron en 
          un lugar donde nada se posee, siguen siendo los menos elegidos, siguen 
          creciendo los ofrecimientos de prostitución infantil hasta en 
          internet... Yo creo que estamos en un mundo donde todo está todavía 
          por hacerse. Tal vez se halla avanzado en el campo del pensamiento. 
          Hoy se tienen herramientas de pensamiento, estructuras filosóficas 
          complejas que repudian que esto suceda. Falta que se haga lo necesario 
          para que esto no suceda... 
          
          
          La experiencia social, indica que el que eligió un camino de 
          rechazo a la injusticia, al soborno, a la hipocresía, en la vida no le 
          fue bien. Y aquí en Argentina hay una experiencia muy clara: al que 
          intenta algo distinto, lo matan.  |