CESAR SESOSTRIS VITULLO

 

 

 

Treinta años atrás, en París, Vitullo moría de olvido y miseria

Por Elba Pérez.

Publicado en Tiempo Argentino, 15 de mayo de 1983.

 

En la madrugada del 17 de mayo de 1953 moría en un hospital de París el escultor César Sesostris Vitullo. Había nacido en Buenos Aires el 6 de septiembre de 1899, primogénito de una seguidilla de catorce hijos habidos por un matrimonio de inmigrantes italianos afincados en el barrio de Abasto. Su muerte sorprendió a su mujer, Marie, y a Pierre, el hijo. Vitullo había sido internado el día anterior. El 30 de mayo, la viuda escribe a Ignacio Pirovano, comunicándole la noticia. Según ella Vitullo murió por causa de “su estómago contraído, la decepción sufrida por el desinterés y frialdad de sus compatriotas y por el mal de Cilicoce”. Ignoro la certeza del primer y último diagnóstico, pero el segundo aducido por madame Vitullo fue justo y aún sigue vigente. A treinta años de su muerte la obra de Sesostris Vitullo padece aún por el desinterés y la frialdad de sus compatriotas.

Buena razón tenía Denys Chevalier al titular (en “Les letres française”, 10/12/69) una elogiosa crítica, “Un maître méconnu, une injustice: Vitullo”.

 

Un maestro desconocido.

Treinta años han pasado y Vitullo sigue siendo un maestro desconocido. La bibliografía sobre su obra es inexistente, las escasas notas periodísticas derivan una de otra siendo imprecisa la fuente original, la alusión a él es mínima en las memorias de los contemporáneos que residieron en París por la época -1925-1953- en que Vitullo lo hizo. Horacio Butler lo cita malévolamente (en “La pintura y mi tiempo”), más escueto, Emilio Pettorutti sólo lo hace a título enumerativo.

No más explícito es el propio artista en los fragmentos de su autobiografía, harto vagos en los detalles y carentes de precisión. Orlando Barone en nota publicada hace diez años en la revista “Crisis”, hace referencia a las anécdotas que suponían a Vitullo “gigoló, bailarín y cafishio” desestimándolas por improbables. La notoria pobreza en la que vivió y las circunstancias penosísimas que siguieron a su muerte parecen pruebas bastantes para coincidir con el colega. Un libro proyectado por Susana Igel no llegó a editarse. En cuanto a las obras, bien poco es lo que puede conocerse en el país. La Municipalidad y la Universidad de La Plata cuentan con una obra cada una, seis el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, (número que se amplía con las dos provenientes de la donación Ignacio Pirovano). Las restantes pertenecen a colecciones privadas: seis de Federico Vogelius y una de la colección Kohen.

 

Claves para una reparación.

La posibilidad de acercanos a la obra de Vitullo se debe a una cadena de generosidad a la que concurren las autoridades del Museo de Arte Moderno, que permitieron el acceso a sus archivos y a la documentación de Ignacio Pirovano; al fotógrafo Nanny Roitman, realizador de un audiovisual que reseña toda la obra de Vitullo dentro y fuera del país. A Roitman se deben, también, las fotos que documentan esta nota. Libero Badii y un emocionadísimo Orlando Pierri aportaron sus recuerdos personales. A ellos va nuestro agradecimiento, junto a la aspiración de que su mención sirva a quienes encaren la imprescindible obra de estudiar la tarea de Sesostris Vitullo.

La autobiografía de Vitullo es sumamente elusiva.

Según la misma, “Adolescente, frecuentaba los talleres de las corporaciones de arquitectos, escultores, carpinteros y cerrajeros venidos a la Argentina para construir los batimentos y fachadas de las casas al estilo francés. Yo me enteré no mal a través de ellos del gran tema del arte, la vida de los ateliers de París, sus opiniones sobre escultores Rude, Carpeaux, Rodin: todas estas inquietudes se agrandaron en mí hasta que sentí el deseo de tallar, de esculpir la dura materia que más resistía al esfuerzo del hombre, llegando esto a desasosegarme”.

Sus hermanos Aldo y Clorinda admiraban su manera libre de vivir, su irrespeto a la rutina, la bohemia reinante entre sus amistades. Según sus testimonios, Vitullo llevó su pasión de bailarín de tango a fabular la formación de un conjunto y con él emprender la conquista de París. El encuentro con Gardel –a quien frecuentaría posteriormente en París- habría dado pie a estas fantasías.

 

“Me ungí con el signo de la Cruz, y desde ese día me consagré a la escultura”

Siguiendo sus apuntes autobiográficos conocemos su ingreso en la Escuela de Bellas Artes, situada por entonces en la calle Alsina; su asistencia a todos los cenáculos de escritores y poetas, “siendo para ellos un escultor pero sin obras”. “Dejé la escuela de Bellas Artes. Ruptura total con mis padres. Vida de soledad, vivir de noctámbulo fugitivo de día en un mundo hostil al arte y a todos sus sueños. El gusto del sabor del terruño nos absorbía durante meses que pasábamos en los alrededores de la ciudad, entre troperos, con sus carretas, bueyes y picanas, mateando y churrasqueando entre los bailes, gatos, malambos y estilos, lamentos y milongas”. Registra también el deslumbramiento producido por la llegada al país del monumento a Sarmiento y del “Pensador”, de Auguste Rodin. Más tarde, la fuerte y contradictoria impresión causada por la obra de Antoine Bourdelle. “Ese escultor despistaba en partes a los hombres que habían consagrado a Auguste Rodin un lugar único en el corazón hasta el fin de sus días”. “En las tertulias del Paulista de Corrientes y Pueyrredón el tema no se agotaba y la pasión de Vitullo crecía. París era la lejana meta, improbable para quien no contaba con medios económicos. Trabajaba como modelo para el escultor Alfredo Bigatti y fue su estímulo, su ayuda y el concurso de sus amigos lo que permitió arribar, en octubre de 1925, a la capital francesa.

Fueron primero las asiduas visitas al taller-museo de Rodin, aquél cuya obra le conmoviera inicialmente en Buenos Aires. Su estudio lo llevó hasta el discípulo que, llegada su madurez, encarnó la antípoda expresiva, Antoine Bourdelle. “Escuché la palabra cálida y sustancial de Bourdelle que se presentó ante mí como el hombre mejor informado de su tiempo y como el más capacitado para concebir el fundamento real de la escultura como arte mayor”. Vitullo, según asegura Orlando Pierri, era hombre de buena estampa, no muy alto pero bien proporcionado y formado. Tal constitución le permitió entrar de modelo al taller de Bourdelle y, desde esta situación, aprender las lecciones que no podía pagarse como alumno regular. Hizo el mismo trabajo para el escultor Fioravanti, ingresando a la cofradía medieval de los tallistas de piedra. Junto a ellos aprendió a conocer y armar a “la vieja Francia que interesa fundamentalmente a todo argentino”. Se casa con Marie, cuyo trabajo de “bonne a toute service” asegura la magra pitanza de la familia que, junto a Pierre, conforman.

 

“Un pantalón hecho de zurcidos”

“Unos golpes imperiosos llamaron a la puerta de mi atelier en Montparnasse. Di paso a un hombre muy apuesto y bien vestido, que me hablaba en francés –recuerda Orlando Pierri-. Al pronto descubrí en su acento que era argentino; me quería conocer y se presentó como Sesostris Vitullo. La visita se prolongó hasta bien entrada la noche. Compartió lo poco que con mi mujer (Minerva Daltoe) podíamos ofrecerle: una taza de té, algunas galletas. Fuimos caminando hasta su taller en Montrouge sur Seine, detrás de la Cité Universitaire. Sus obras estaban tapadas por lienzos y cada una de ellas, al descubrirla, nos ponía en contacto con la obra de un genio. Aquel taller era un templo aunque su oficiante comía raíces y, en los mejores días, algo de polenta. Recién cuando las emociones lograron calmarse en mí distinguí que su ropa estaba constituida por un zurcido total, pero impecable en cuanto aseo y planchado. Más tarde yo mismo encargaba a mis amigos que viajaban a París, llevarle ropas, calzado y la yerba mate de la que Vitullo no podía prescindir”. Por ese entonces los paquetes de yerba incluían dos círculos de madera como embalaje; más de un “tondo” de Vitullo está tallado en ese material. También usaba la tirantería de las demoliciones y hasta llegó a desguazar la mesa de cocina, la única, del austero mobiliario que su familia tenía. “Pero estas miserias no impedían que todos lo saludaron con respeto, sabiendo el gran artista que era”, atestigua Pierri.

 

 

 


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