Fragmentos de su
último libro "El cansancio de los materiales", 2001
Originalmente
publicados como "inéditos" en la revista Perro Negro Nº
2, agosto/septiembre 2000.
y el resto era oscuridad
estancada después del ligustro
tierra
extranjera, con vándalos de torcidas piernas
¿fui huraña con los emboscados
que en la noche duraba?
¿fui taciturna
con ellos que venían a pedir un jarro de sangría?
Nada
era bueno si llegaba de esa sombra.
La humedad
descampada impregnaba sus telas
y el sombrero
empapado derramaba el fieltro del ala sobre los ojos pardos.
Nada
era bueno si quedaba detenido de ese estorbo, esa noche compacta
para tocar como un objeto.
La
fatiga acumulaba hombres y oscuridad tras el ligustro
hiedras de la inocencia alcanzaban la pared
Ese el rito de
los jardines en La Matanza.
los tullidos de la ciudad se
deslizan por esta vereda. Cuando mi boca se tuerce en mueca
compasiva, ellos
se alejan
sonriendo
sobre sus débiles
piernas incompletas.
en la mesa familiar mi padre no tenía
silla.
Él comía parado,
erguido sobre el mármol como un monumento fúnebre;
pero su voz era
alegre y ronca
y le gustaba
relatar los condimentos usados al preparar el almuerzo
porque mi padre
era quien cocinaba en casa
Tiempo atrás él degollaba gallinas en la pileta del
lavadero
y tapaba los
chillidos del animal con el ruido del agua
Con mi madre
compartían ese espacio.
Allí donde mi
madre golpeaba la ropa
él golpeaba la
cabeza de un pájaro feo y sin otra gracia que su entrega a una
muerte cruenta.
Supe entonces que si era fea compartiría
la suerte de unas plumas sangrientas
y así fue cierto
que mi garganta
respira por el tajo.
ingratos
los objetos
cayeron por la escalera, desentendidos de todo cuidado.
La arenilla de
las cosas rotas, como líneas de cocaína en los escalones,
invitan a la
fiesta inversa del desastre.
La puerta del balcón está abierta
y el frío colma
los platos sucios olvidados sobre el mantel
¿recuerdas cómo oscurecía mi frente bajo
el sombrero de ala rota
o el dolor
esa aguada esparcida en la noche donde un animal bebe apartado
porque su sed es
de ese brillo de agua rara en la oscuridad
la sospecha de que las cosas empiezan a
empeorar es lo único que duerme sobre mi hombro
tranquila Leonor
los vidrios ya
están rotos al fondo de la escalera
y asomada al
barral
ves los destellos
insignificantes de lo que tuvo un orden de belleza y utilidad.
Rabiosos insectos corren por los tabiques porque el ruido de lo
que estallaba los quitó de la armonía
tranquila Leonor
serena como el
criminal en el momento de quitar el cuchillo de entre los
cubiertos
porue en tu mano
los objetos pierden su inocencia
y en tu vida los
sucesos se ordenan con crueldad
¿recuerdas la corrida en la media, a lo
largo del muslo como una vena expuesta
y el sombrío
perfume del tiempo que perdías contemplando actores de
teleteatro en las tardes inmensas como otra patagonia en las
sienes
eterno femenino
de fastidiados
mechones humedecidos en la comisura de la boca
no pidas otro
lugar que este descanso en lo alto de la escalera
donde verás el
derrumbe de las construcciones;
como ocurre a
esta altura de la vida
embebido en
acetona el algodón con el que vas a quitarte el esmalte de los
ojos.
No deberíamos ser más astutos que la
vida. Advertir la trampa
suma a la caída,
la humillación
ahora la botella
impregna la mesa con su sombra angosta.
Tardaré en alzar el plato. La comida
fue escasa y las sobras en el mantel me tranquilizan.
Los días se
saturan de estos detalles. Es la sumisión del cautivo
imágenes de
vicios:
el cigarrillo que se consume a un
costado de la boca
o la mínima felicidad que inspiran las
tazas acomodadas en el estante.
Recoge el telón
sobre tus hombros, el cabellos en trenzas sobre tu nuca. Que los
pequeños lunares sean el estrellado cielo de la Osa Menor sobre
la tierra helada
que el consuelo
sea un relato de encaje tirado sobre tu corazón
tan esquivo es el
aire que pide la boca
los ciclistas
atraviesan la calle como un perfume de almendras quemadas
oscurecen el fondo de un pocillo
y es zozobra el
pañuelo que agita el viento en la garganta.
Lo cómico es
siempre una torción de tragedia, un cambio en su velocidad.
Uno de los
ciclistas cayó en el asfalto y a la mancha de aceite se la ve
brillar desde la altura
rezagos
el tobillo parece sangrar
y otra mancha
humedece la mancha de aceite que brilla.
Es perdido el
cielo tras las nubes oscuras
y sin elegancia,
incómodo, el ciclista vuelve a escapar en la calle vacía.
He
perdido mi piloto en otro invierno
el agua se
inquieta y la figura de piedra se inclina a beber en la plaza
oscura.
Imágenes
descoloridas agitan la ventana, como en la pantalla de un cine
de provincias
aquella vez, en
el trópico, con mi tía bajo un paraguas,
viendo “El bebé
de Rosmarie” en el aguacero que repetía sus golpes de pequeño
martillo de joyero en una función al aire libre
provincias perros de ojos azules y las baldosas
rojas de los patios
un paisaje
de crímenes consumados.
y ella dijo: __no te daré mi muerte
como no te daré
el pañuelo que anuda pequeños objetos rotos.
Seré otra historia de raras fauces un escalón de piedra
alquitranada
pero no distraeré
tu fastidiada mano con mi espalda,
ni me quitaré las
medias para que conozcas el tamaño de mi pie.
Seré imprevista aún en tu melancolía
cuando retires
tus dedos de los guantes y un deseo de frío,
de algo lastimado
que rozar, los agite.
esta materia de la deformidad no quiere gestos
ligustro amargo
para demorar mis sienes
y precarias tazas
de arcilla donde beba mi alcohol blanco
y los días
lluviosos de junio alzados en una terraza viva
pero no devuelvas
mi cuerpo
envuelto por
vendas que se deslizan como culebras pálidas
porque no te daré
mi muerte
ni el pedido de
agua de los lastimados
ni el estupor de
los traicionados entre hierros curvos, en una estación de tren.
Dame el brindis en esa copa de hierro que
asegura tu boca dame el desvío de paredes en la celda.
Estoy atada al
mástil del despecho en el pavimento ardido
bandera negra en plaza de armas
blancas.
barco roto
en la inmensa
bañera de loza fría juguete antiguo
barco roto en más
rojos corales
bañera vacía y
seca y el barco en su fondo
Tuve otras aguas de desidia y espuma que
reía fácil.
Tuve otras imágenes de lenta curva hacia la
noche otra desproporción entre la araña y su sombra
en la pared
ahora el barco
olvidado el pequeño velamen quebrado, tirado sobre
cubierta, su mínimo y delicado timón en un final de loza
sobre hierro
cáscaras quebradas de un huevo fúnebre
barco que imagina otra suerte
el agrio manotazo
que le otorgue su banco de costras rojas
y en el hedor de
basuras acumuladas; regrese a la materia
infancia de los
objetos miserables tan tristes en su resbalar sobre los baños de
vapor y azulejos colmados
un espejo muestra el cuerpo
desnudo que se empaña
otra infancia que
desvió hacia este margen de lavatorio sobre mi boca
canción de los
acuarios y nieve sacudida por la luz
barco que te
encimas a este poco deseo de bañarse de estar
presentable para la familia
la canción se
queda en este contorno frío
el miedo es un
resumidero de bronce sucio
barco
pequeñísimo como otro niño lastimado en el sigilo
de voces
pasión de la
delicadeza que nubla los bordes de la puerta
carne que crece
para la herida
no quiero doblar
como pastizal en la helada
lavatorios de
nieve donde quedo aferrada como un animal de invierno
roces
deseo de otra luz
y no este foco que cae sobre el espejo
deseo de otro
pasaje y no este pasillo blanco con un barco en el abismo
y no quiero
bañarme
no quiero otra
lluvia que el agua de los trópicos que inicia las fiebres
temblores de
pantano donde un bote se arrastra entre serpientes
infancia de aguas
ásperas
caracol que deja
su rasguño en lajas de jardín
brote de la noche
arrastrada como una niña de fango los altivos ojos en la
carita rancia
noche de caídos
que muestran su lujo de costuras en la nuca
y una ansiedad de
barco retenido
bocinas por
muelles saturados
el temblor de
faroles de papel empapado en aceite
la tijera junto a
la lejía que hierve
la trenza quitada
de cuajo
rasguño del pudor
en los párpados
los labios que se
apartan sobre el vidrio y la mueca en un collar desatado donde
caen las perlas / palabras de Mallorca poesía de los
barcos
apartar los
ojales de los botones de vidrio
quitar las
delgadas ropas de cursis encajes
los breteles como
una leve herida sobre las clavículas que se
transparentan las vértebras en ese ángulo donde los
cuerpos no tienen densidad; sólo una respiración en el vapor
sólo un
resplandor oculto por el foco
quejan que
maúllan en los reservados
tanta agitación
sobre sábanas tiesas
y un malestar de
hierros comidos por la sal
el pequeño barco roto
atraído por la
succión a un fondo de aguas servidas
un pliegue de
rejillas donde tiramos la sangre de los confesionarios.
y ella dijo: __el verano era un
estirarse en las baldosas del patio para alcanzar algo parecido
a la calma
algo de calma y
mucho de sofocación
como si un
asaltante nos tapara la boca antes de mostrar la navaja. El
mosaico rojo disimularía la sangre;
en cualquier caso
el calor era inmenso
y las begonias
agotadas dejaban caer sus hojas de carne oscura sobre los bordes
de las macetas.
En
los trópicos las paredes no se empapelan. Demasiada humedad.
Demasiado abandono. La cal es suficiente para empalidecer el
deterioro.
Del pequeño
jardín llegan tufos de fiebre
y los perros de
ojos relucientes se mueven entre los cuartos buscando sombra y
aguas olvidadas.
y ella dijo: __era otro paisaje, un
paisaje sometido a infamias.
El sol deshacía
los muebles.
En las sombras
los herrajes se herrumbraban y en la luz ardían como labios que
se conocen en la sed
y en ese agobio
de calores tumefactos, los amores contrariados que estancan la
sangre surgían misteriosos como el origen de la vida,
maravillosos y
extensos como la muerte
y una armonía
pesada entre el paisaje y la carne sofocaba los gemidos
Lujuriosa botánica de flores nocturnas
y los perfumes
que crecen como trampas tejidas por insectos ilusorios
y el latido de la
siesta fermenta como fruta arrojada en alcohol blanco
y los blancos
batracios que duermen bajo las piedras
pereza del
desorden que resbala.
Las estrellas tardaban en retirarse de la noche
y al comienzo del
día, el sol, como una girante herida de fiebre,
recordaba los
días pasados y mantenía el presagio de un tiempo no vivido.
No dormiríamos en ese calor de lluvias mórbidas
no descansaríamos
en esa casa de familia donde las sábanas se almidonaban y los
postigos impedían la llegada de la luz
no hincaríamos
las rodillas en el reclinatorio oscuro del dormitorio bajo la
imagen de la virgen española.
Como dados alzados de una mesa, nos quitaron de esa tarima de
tablas hinchadas para llevarnos a dormir en celdas de hotel con
tragaluces mínimos en lo alto de la pared
¿qué reino nos quitaron como a un
niño nacido sin llanto, tan desdichado como otro que vivió para
tirar sus días a los perros?
El paraíso era esa pesada orilla donde se pudren los dátiles
o este espejo de
vestidor donde nos contemplamos desnudos en el error,
inocentes de
llorar sobre sábanas huecas
o al fingir estar
viajando en tren hacia las salinas junto a la ventana del café
y entonces el día
permanecía fijo como un alfiler clavado a una mariposa de
colección
y las grandes
alamedas se cerraban para nosotros
y la oscuridad
era una bolsa de polietileno que nos tapaba la boca
y en los estadios
nos cortaban las manos
y la poesía era
un poco de carne podrida, oscura de moscas, al sol. |