Leonor García Hernando

 

 

Breve Reseña Biográfica

.

Leonor García Hernando nació en Tucumán (1955). Formó parte del taller literario "Mario Jorge de Lellis" y de la dirección de la revista Mascaró. Publicó Mudanzas (1974), Negras Ropas de Mujer (1987), La Enagua Cuelga de un Clavo en la Pared (1993), Tangos del Orfelinato / Tangos del Asesinato (1999) y El Cansancio de los Materiales (2001). Murió en Buenos Aires (marzo 2001).

 

 

Entrevista realizada a Leonor García Hernando

Revista Perro Negro Nº 2, agosto/septiembre 2000

 

Fragmentos de su último libro "El cansancio de los materiales", 2001

Originalmente publicados como "inéditos" en la revista Perro Negro Nº 2, agosto/septiembre 2000.

 

 

                                 y el resto era oscuridad estancada después del ligustro

tierra extranjera, con vándalos de torcidas piernas

                                 ¿fui huraña con los emboscados que en la noche duraba?

¿fui taciturna con ellos que venían a pedir un jarro de sangría?

 

           Nada era bueno si llegaba de esa sombra.

La humedad descampada impregnaba sus telas

y el sombrero empapado derramaba el fieltro del ala sobre los ojos pardos.

           Nada era bueno si quedaba detenido de ese estorbo, esa noche compacta para tocar como un objeto.

 

           La fatiga acumulaba hombres y oscuridad tras el ligustro          hiedras de la inocencia alcanzaban la pared

Ese el rito de los jardines en La Matanza.

 


 

                            los tullidos de la ciudad se deslizan por esta vereda. Cuando mi boca se tuerce en mueca compasiva, ellos

se alejan sonriendo

sobre sus débiles piernas incompletas.

 


 

                       en la mesa familiar mi padre no tenía silla.

Él comía parado, erguido sobre el mármol como un monumento fúnebre;

pero su voz era alegre y ronca

y le gustaba relatar los condimentos usados al preparar el almuerzo

porque mi padre era quien cocinaba en casa

 

                       Tiempo atrás él degollaba gallinas en la pileta del lavadero

y tapaba los chillidos del animal con el ruido del agua

Con mi madre compartían ese espacio.

Allí donde mi madre golpeaba la ropa

él golpeaba la cabeza de un pájaro feo y sin otra gracia que su entrega a una muerte cruenta.

 

                       Supe entonces que si era fea compartiría la suerte de unas plumas sangrientas

y así fue cierto

que mi garganta respira por el tajo.

 


 

                        ingratos

los objetos cayeron por la escalera, desentendidos de todo cuidado.

La arenilla de las cosas rotas, como líneas de cocaína en los escalones,

invitan a la fiesta inversa del desastre.

                        La puerta del balcón está abierta

y el frío colma los platos sucios olvidados sobre el mantel

 

                        ¿recuerdas cómo oscurecía mi frente bajo el sombrero de ala rota

o el dolor        esa aguada esparcida en la noche donde un animal bebe apartado

porque su sed es de ese brillo de agua rara en la oscuridad

 

                         la sospecha de que las cosas empiezan a empeorar es lo único que duerme sobre mi hombro

tranquila Leonor

los vidrios ya están rotos al fondo de la escalera

y asomada al barral

ves los destellos insignificantes de lo que tuvo un orden de belleza y utilidad.

             Rabiosos insectos corren por los tabiques porque el ruido de lo que estallaba los quitó de la armonía

tranquila Leonor

serena como el criminal en el momento de quitar el cuchillo de entre los cubiertos

porue en tu mano los objetos pierden su inocencia

y en tu vida los sucesos se ordenan con crueldad

 

                         ¿recuerdas la corrida en la media, a lo largo del muslo como una vena expuesta

y el sombrío perfume del tiempo que perdías contemplando actores de teleteatro en las tardes inmensas como otra patagonia en las sienes

eterno femenino

de fastidiados mechones humedecidos en la comisura de la boca

no pidas otro lugar que este descanso en lo alto de la escalera

donde verás el derrumbe de las construcciones;

como ocurre a esta altura de la vida

embebido en acetona el algodón con el que vas a quitarte el esmalte de los ojos.

 


 

                         No deberíamos ser más astutos que la vida. Advertir la trampa

suma a la caída, la humillación

 

ahora la botella impregna la mesa con su sombra angosta.

                         Tardaré en alzar el plato. La comida fue escasa y las sobras en el mantel me tranquilizan.

Los días se saturan de estos detalles. Es la sumisión del cautivo

imágenes de vicios:

                          el cigarrillo que se consume a un costado de la boca

                          o la mínima felicidad que inspiran las tazas acomodadas en el estante.

 

                                               Recoge el telón sobre tus hombros, el cabellos en trenzas sobre tu nuca. Que los pequeños lunares sean el estrellado cielo de la Osa Menor sobre la tierra helada

que el consuelo sea un relato de encaje tirado sobre tu corazón

tan esquivo es el aire que pide la boca

 

                                                los ciclistas atraviesan la calle como un perfume de almendras quemadas oscurecen el fondo de un pocillo

y es zozobra el pañuelo que agita el viento en la garganta.

Lo cómico es siempre una torción de tragedia, un cambio en su velocidad.

Uno de los ciclistas cayó en el asfalto y a la mancha de aceite se la ve brillar desde la altura

rezagos         el tobillo parece sangrar

y otra mancha humedece la mancha de aceite que brilla.

Es perdido el cielo tras las nubes oscuras

y sin elegancia, incómodo, el ciclista vuelve a escapar en la calle vacía.

 

               He perdido mi piloto en otro invierno

el agua se inquieta y la figura de piedra se inclina a beber en la plaza oscura.

Imágenes descoloridas agitan la ventana, como en la pantalla de un cine de provincias

aquella vez, en el trópico, con mi tía bajo un paraguas,

viendo “El bebé de Rosmarie” en el aguacero que repetía sus golpes de pequeño martillo de joyero en una función al aire libre

provincias               perros de ojos azules y las baldosas rojas de los patios

 

       un paisaje de crímenes consumados.

 


 

                          y ella dijo: __no te daré mi muerte

como no te daré el pañuelo que anuda pequeños objetos rotos.

                  Seré otra historia de raras fauces         un escalón de piedra alquitranada

pero no distraeré tu fastidiada mano con  mi espalda,

ni me quitaré las medias para que conozcas el tamaño de mi pie.

                  Seré imprevista aún en tu melancolía

cuando retires tus dedos de los guantes y un deseo de frío,

de algo lastimado que rozar, los agite.

 

                           esta materia de la deformidad no quiere gestos

 

ligustro amargo para demorar mis sienes

y precarias tazas de arcilla donde beba mi alcohol blanco

y los días lluviosos de junio alzados en una terraza viva

pero no devuelvas mi cuerpo

envuelto por vendas que se deslizan como culebras pálidas

porque no te daré mi muerte

ni el pedido de agua de los lastimados

ni el estupor de los traicionados entre hierros curvos, en una estación de tren.

 

                   Dame el brindis en esa copa de hierro que asegura tu boca         dame el desvío de paredes en la celda.

Estoy atada al mástil del despecho en el pavimento ardido

 

                            bandera negra en plaza de armas blancas.

 


 

                             barco roto

en la inmensa bañera de loza fría           juguete antiguo

barco roto en más rojos corales

bañera vacía y seca y el barco en su fondo

                     Tuve otras aguas de desidia y espuma que reía fácil.

                     Tuve otras imágenes de lenta curva hacia la noche            otra desproporción entre la araña y su sombra en la pared

ahora el barco olvidado              el pequeño velamen quebrado, tirado sobre cubierta, su mínimo y delicado timón en un final de loza

sobre hierro cáscaras quebradas de un huevo fúnebre

                              barco que imagina otra suerte

el agrio manotazo que le otorgue su banco de costras rojas

y en el hedor de basuras acumuladas; regrese a la materia

infancia de los objetos miserables tan tristes en su resbalar sobre los baños de vapor y azulejos colmados

                               un espejo muestra el cuerpo desnudo que se empaña

otra infancia que desvió hacia este margen de lavatorio sobre mi boca

canción de los acuarios y nieve sacudida por la luz

barco que te encimas a este poco deseo de bañarse              de estar presentable para la familia

la canción se queda en este contorno frío

el miedo es un resumidero de bronce sucio

barco pequeñísimo              como otro niño lastimado en el sigilo de voces

pasión de la delicadeza que nubla los bordes de la puerta

carne que crece para la herida

no quiero doblar como pastizal en la helada

lavatorios de nieve donde quedo aferrada como un animal de invierno

roces

deseo de otra luz y no este foco que cae sobre el espejo

deseo de otro pasaje y no este pasillo blanco con un barco en el abismo

y no quiero bañarme

no quiero otra lluvia que el agua de los trópicos que inicia las fiebres

temblores de pantano donde un bote se arrastra entre serpientes

infancia de aguas ásperas

caracol que deja su rasguño en lajas de jardín

brote de la noche arrastrada como una niña de fango         los altivos ojos en la carita rancia

noche de caídos que muestran su lujo de costuras en la nuca

y una ansiedad de barco retenido

bocinas por muelles saturados

el temblor de faroles de papel empapado en aceite

la tijera junto a la lejía que hierve

la trenza quitada de cuajo

rasguño del pudor en los párpados

los labios que se apartan sobre el vidrio y la mueca en un collar desatado donde caen las perlas / palabras de Mallorca            poesía de los barcos

apartar los ojales de los botones de vidrio

quitar las delgadas ropas de cursis encajes

los breteles como una leve herida sobre las clavículas que se transparentan            las vértebras en ese ángulo donde los cuerpos no tienen densidad; sólo una respiración en el vapor

sólo un resplandor oculto por el foco

quejan que maúllan en los reservados

tanta agitación sobre sábanas tiesas

y un malestar de hierros comidos por la sal

                                 el pequeño barco          roto

atraído por la succión a un fondo de aguas servidas

un pliegue de rejillas donde tiramos la sangre de los confesionarios.

 


 

                             y ella dijo: __el verano era un estirarse en las baldosas del patio para alcanzar algo parecido a la calma

algo de calma y mucho de sofocación

como si un asaltante nos tapara la boca antes de mostrar la navaja. El mosaico rojo disimularía la sangre;

en cualquier caso el calor era inmenso

y las begonias agotadas dejaban caer sus hojas de carne oscura sobre los bordes de las macetas.

               En los trópicos las paredes no se empapelan. Demasiada humedad. Demasiado abandono. La cal es suficiente para empalidecer el deterioro.

Del pequeño jardín llegan tufos de fiebre

y los perros de ojos relucientes se mueven entre los cuartos buscando sombra y aguas olvidadas.

 

                             y ella dijo: __era otro paisaje, un paisaje sometido a infamias.

El sol deshacía los muebles.

En las sombras los herrajes se herrumbraban y en la luz ardían como labios que se conocen en la sed

y en ese agobio de calores tumefactos, los amores contrariados que estancan la sangre surgían misteriosos como el origen de la vida,

maravillosos y extensos como la muerte

y una armonía pesada entre el paisaje y la carne sofocaba los gemidos

 

                 Lujuriosa botánica de flores nocturnas

y los perfumes que crecen como trampas tejidas por insectos ilusorios

y el latido de la siesta fermenta como fruta arrojada en alcohol blanco

y los blancos batracios que duermen bajo las piedras

pereza del desorden que resbala.

                 Las estrellas tardaban en retirarse de la noche

y al comienzo del día, el sol, como una girante herida de fiebre,

recordaba los días pasados y mantenía el presagio de un tiempo no vivido.

 

                 No dormiríamos en ese calor de lluvias mórbidas

no descansaríamos en esa casa de familia donde las sábanas se almidonaban y los postigos impedían la llegada de la luz

no hincaríamos las rodillas en el reclinatorio oscuro del dormitorio bajo la imagen de la virgen española.

                 Como dados alzados de una mesa, nos quitaron de esa tarima de tablas hinchadas para llevarnos a dormir en celdas de hotel con tragaluces mínimos en lo alto de la pared

                               ¿qué reino nos quitaron como a un niño nacido sin llanto, tan desdichado como otro que vivió para tirar sus días a los perros?

 

                  El paraíso era esa pesada orilla donde se pudren los dátiles

o este espejo de vestidor donde nos contemplamos desnudos en el error,

inocentes de llorar sobre sábanas huecas

o al fingir estar viajando en tren hacia las salinas junto a la ventana del café

y entonces el día permanecía fijo como un alfiler clavado a una mariposa de colección

y las grandes alamedas se cerraban para nosotros

y la oscuridad era una bolsa de polietileno que nos tapaba la boca

y en los estadios nos cortaban las manos

y la poesía era un poco de carne podrida, oscura de moscas, al sol.

 

 


Si tiene información y/o material para ampliar esta página de artista,

envíenos un email a sembrarlamemoria@kulturburg.org

 

[ . menu sembrar la memoria . ]