Querida Liliana
A propósito de todo silencio
que en otro sentido también es todo ceguera:
Alguna luz ilumina metálicamente
las páginas de vidrio de presentes y futuros
libros.
Libros inciertos,
sin el aliento de los folios al hojearse,
sin la caricia simbólica del cuño de plomo en la
retina,
letras ausentes de todo reposo en las pupilas.
Sepultada la muerte,
Desfallecen el juego, el tiempo y la memoria;
y la catódica luz se extiende hasta la ceguera.
Sólo los dioses saben si alguna forma se ordenará
tras ella.
Desde hace tiempo vengo hablando de la peste.
Rodeados de una mirada ausente,
registramos el horror como un fenómeno de
información efímera
y el consuelo se acerca con el olvido en la
imagen siguiente.
No hay detención.
El horror no es real,
sólo imagen y no sucede.
El horror no tiene tiempo.
Ya fue.
Es descartarle,
lamentablemente los protagonistas de ese horror
somos nosotros mismos
y nos corresponden los mismos atributos de
intemporalidad y
descartabilidad.
Hemos perdido el cuerpo,
extrañamente en el mismo momento en que todo
es imagen del cuerpo.
Este malestar, esta angustia, hace que
a veces toda expresión no sea más que un
epitafio,
un hecho arqueológico
que en tiempo presente pretenda un registro de
esperanza.