En ciertas
circunstancias los artistas parecen desempeñar las funciones de los
catalizadores químicos. Al igual que estos elementos, pueden acelerar,
retardar o equilibrar determinados procesos. Es posible pensar que
algunas de las operaciones estéticas de Liliana Maresca produjeron
resultados similares. Su actividad comprende pinturas, esculturas,
objetos, escenografías, instalaciones y performances, pero también hay
que considerar parte de su producción artística la organización de
eventos multidisciplinarios.[1]
“Busco una fisura hacia otra realidad...
porque esta se agota rápidamente”[2]
afirma Maresca. Albert Camus encarna la rebelión en un hombre que dice
no, que no consiente con el mundo por aquello que le falta y que no lo
acepta por lo que circunstancialmente es. Observa que esta tensión en
estado puro, fuera de la historia, es la fuente de la creación
artística.[3]
Liliana Maresca la ha experimentado y se ha empecinado en hacerla
sensible insistiendo en significarla. Las fisuras a que alude son
agentes catalíticos para aquellos espectadores que puedan descubrirlas
por medio de sus obras.
Algunos de sus trabajos, de carácter subjetivo e
individual, restablecen ciertas condiciones de equilibrio –una de las
posibles propiedades de un catalizador– al hacer metáfora poética de
la angustia existencial. Pero sus obras más críticas pudieron acelerar
reacciones al favorecer la toma de conciencia frente a ciertos
aspectos contradictorios y desconcertantes de la realidad
contemporánea. Lo mismo sucedía con los acontecimientos artísticos
colectivos por ella generados, que tendían a propiciar experiencias
comunitarias que involucraban por igual a colegas y espectadores.
En ocasiones eligió espacios no convencionales
para sus realizaciones. La calle Florida, la Facultad de Filosofía y
Letras, la revista El Libertino no sólo sirvieron como meros
escenarios; elementos indispensables de cada obra, intervinieron
decisivamente a la hora de construir su significación.
Sus trabajos recogen el espíritu neo-dadá, las
ideas minimalistas y las operaciones conceptuales que dominaron el
panorama artístico de la segunda mitad del siglo. Pero estas
tendencias no se dan en un estado químicamente puro; adquieren
aspectos tan diversos que su labor pareciera dispersarse en el
eclecticismo característico de la tardomodernidad. Sin embargo en
Maresca ha existido la voluntad de situarse fuera de las convenciones
y también el deseo de explorar hasta el límite ciertos territorios.
Estos principios que la han ubicado en un plano de resistencia, y por
ende de marginalidad, son los que proveen de substancia única a toda
su obra.
La exposición colectiva Lavarte organizada
en un lavadero automático y la performance Una bufanda para la
ciudad de Buenos Aires, ambas de 1985, la vinculan al neo-dadaísmo
de los '60, cuando el arte, abandonando los templos que le estaban
destinados, irrumpía con sus happenings en otros ámbitos.
Aquella atracción por desviarse de la norma se mantiene cuando
confecciona pequeñas formas geométricas realizadas en bronce, que
contenidas en una caja de madera, invitan a pensar en el despojamiento
del minimal (No todo lo que brilla es oro, 1989). En
efecto, el empleo de materiales tradicionales, la escala reducida y la
subjetividad que introduce la posibilidad lúdica de manipulación que
ofrecen estas piezas, tergiversan las hipótesis de una estética
relacionada con el proyecto tecnológico.
Otro tanto ocurre cuando emplea construcciones de
este tipo –esta vez de grandes proporciones– para la instalación
Ecuación-El Dorado (1991). Una esfera y un cubo dorados apoyados
sobre una pirámide truncada laqueada en rojo, son utilizados para
expresar aspectos de la conquista de América. Esfera y cubo
representan el oro extraído por los españoles; descansan sobre el otro
término de la ecuación: un lingote de sangre indígena derramada como
tributo al saqueo. Un trono de estilo colonial –emblema del poder– y
una computadora que suministra datos sobre la conquista, actualizan y
a la vez desvirtúan una tendencia que como el minimalismo no aceptaría
nunca ser soporte de metáfora alguna y menos aún de una denuncia,
donde la operación conceptual de trasladarla a un aséptico cálculo
matemático, no hace más que acentuar su brutal contenido.
Tanto la exposición La Conquista –donde
participó esta obra– como La Kermesse. El paraíso de las bestias
(1986), se realizaron en el Centro Cultural Recoleta. Ambos fueron
eventos multidisciplinarios organizados por Maresca que involucraron a
muchos artistas convocados a sumar expresiones en un proyecto común.
La Conquista planteaba una mirada crítica sobre el
descubrimiento de América –al año siguiente se conmemoraba el quinto
centenario– y pretendía abrir un espacio alternativo de reflexión
contrapuesto al espíritu que animaba los festejos oficiales. La
Kermesse..., contaba con puestos de entretenimientos, juegos y
espectáculos, pero al ser trasladada de su ámbito natural a las salas
de exhibición, funcionaba como un ready-made. Como tal
planteaba interrogantes acerca de la naturaleza del hecho estético.
Más allá de esta instancia, renovaba el
vínculo que relaciona el arte con la fiesta. El espíritu de la fiesta
se contrapone al aislamiento de los individuos. Congregarse, afirma
Gadamer, en una actividad intencional “les impide desintegrarse en
diálogos sueltos o dispersarse en vivencias individuales.”[4]
Siguiendo su línea de pensamiento la celebración comunitaria se
convierte en uno de los fundamentos antropológicos del arte. Al igual
que éste, pone a disposición de quién participa en ella, un tiempo
ajeno a todo cálculo cuantitativo que le permite “demorarse” en el
goce y la reflexión.[5]
Por medio de estos acontecimientos Maresca desestructura el modelo
aislacionista. Al reinsertar estas prácticas comunitarias en su grupo
de pertenencia –el artístico– las reclamaba, más ampliamente, en el
orden social.
Así el ready-made, recurso del que se
sirve a menudo tanto en la concepción global de estos eventos
colectivos como en la creación de sus obras personales, es trascendido
en procura de significados. Derruidos esqueletos de muebles de jardín
de un paseo del Tigre utilizados para la instalación Lo que el
viento se llevó de 1989, le sirven para presentar líricamente la
melancolía que ocasiona la conciencia del devenir. Una serie de
esculturas de pequeño formato presentadas ese mismo año en la
exposición No todo lo que brilla es oro, combinan la afición
por los objetos encontrados con la pureza de la geometría. Estas obras
son elaboradas metáforas sobre los fundamentos vitales, sobre los
orígenes del cosmos, sobre los principios femenino y masculino que
representan a la vez la oposición y conciliación de los elementos.
Ramas halladas a orillas del río, trabajadas por la acción del tiempo
y la naturaleza, son recuperadas por las asociaciones formales que
despiertan. Al completarlas con piezas de bronce, la artista les marca
un destino definitivo.
En el otro extremo, perturbadores féretros de
cremación componen Wotan-Vulcano de 1991 , donde trata con
desolación y crudeza el tema de la muerte. De la misma manera los
libros desencuadernados que componen la serpiente Ouróboros
(1991), que se devora a sí misma o el carrito de cartonero con su
carga de desperdicios para la instalación Recolecta (1990), son
objetos tomados de la realidad circundante para señalar un
intelectualismo anquilosado o la marginación social. La purificación
por el fuego de su serpiente de libros o la transmutación de los
carritos en monumento blanco o en objetos de oro y plata superan la
mera denuncia. Allí el arte exhibe su poder de transfiguración que en
muchos casos Maresca representa con operaciones rituales o alquímicas.
Clausurando todo contenido estético hace más
evidentes las posibilidades simbólicas del discurso artístico. En la
instalación Espacio disponible (1992), carteles de publicidad
callejera suministran la escueta información de su disponibilidad y su
número telefónico. Las fotografías eróticas que le fueran tomadas en
1993 para la revista El libertino, aparecidas bajo el título
Maresca se entrega todo destino, tienen un sentido similar. El
empleo de un medio gráfico como soporte ubica a la obra fuera de los
alcances del mercado y le permite llegar a un público heterogéneo.
Esta circunstancia, sumada a lo provocativo de las imágenes, origina
una comunicación en la que subyacen comentarios irónicos acerca de la
relación prostibularia entre arte y dinero.
Meses antes había realizado otra operación donde
los medios gráficos de comunicación actuaban ya no como soporte sino
como motivo. En la instalación Imagen pública - Altas esferas
se sirvió del archivo gráfico del diario Página 12. Ampliaciones
fotográficas de los protagonistas de las noticias argentinas de la
última década, ambientaban paredes y techo de una sala del Centro
Recoleta. Cubierto con estas gigantografías, en el centro de la sala
se erigía una especie de altar escalonado en cuya cima un cuenco
recibía el goteo incesante de un líquido rojo. Metáfora de la extraña
mezcla de tinta y sangre que en nuestra sociedad mediática compone el
cuerpo de las noticias, se convierte en tributo pagado a aquellos
rostros que adquirieron su notoriedad merced a las peripecias de los
ciudadanos. Pero la historia de los “famosos” es sólo la otra cara de
la historia de quienes asisten a su fama y también es parte de la
historia de aquellos que narran sus historias.
El tono crítico se torna sarcasmo cuando
Maresca incluye sobre estas fotografías la imagen de su cuerpo desnudo
en postales y afiches-catálogos que acompañaban la muestra. Al
respecto Fabián Lebenglik, con ironía, señala que la artista “...
subraya que la injusta diferencia de significado social entre el
‘hombre público’ y la ‘mujer pública’, rápidamente se diluye.”[6]
La sugerencia del estado de prostitución del personaje público puede
interpretarse tanto como consecuencia de su propio accionar histórico,
como por la aceptación del alto grado de farandulización al que es
sometido por el negocio de los medios. El planteo ético es evidente,
pero lejos de constituirse en un discurso retórico o moralista, en
ésta como en otras obras de fuerte contenido crítico, Maresca recurre
al distanciamiento que le procuran los planteos neoconceptuales.
En sus obras la artista se sirve de los
medios que la época pone a su alcance para proporcionar una
temperatura espiritual favorable. “No hemos superado nuestra
condición, y, sin embargo, la conocemos mejor” dice Camus.[7]
En manos de Maresca el arte se convierte en herramienta eficiente para
ampliar y resignificar las imágenes del mundo. De esta manera su
polifacética labor acentúa los aspectos liberadores del arte.
Una característica de los catalizadores es la de
permanecer inalterables al final de la reacción química. Maresca se ha
transformado en cada instante de su vida y en cada una de sus obras.
Sin embargo la intensidad de sus búsquedas revela en ella un fondo
inmutable que se descubre, ya en la transfiguración de los objetos, ya
en los gestos provocadores que hacen sensible e inteligible su
posición de resistencia.
Referencias:
[1]
Liliana Maresca (Avellaneda, Prov. de Buenos Aires, 1951 - Buenos
Aires, 1994)
Estudió en la Escuela
Nacional de Cerámica. Tomó clases de pintura con Renato Benedetti,
dibujo con Miguel Angel Bengochea y escultura con Emilio Renart.
Encabezó y participó
de la organización de eventos creativos colectivos y
multidisciplinarios como La Kermesse. El Paraíso de las bestias
(1986) y La Conquista (1991) ambos realizados en el Centro
Cultural Recoleta (CCR).
Realizó
ambientaciones y escenografías para espectáculos teatrales y
cinematográficos.
Entre sus obras y
exposiciones cabe mencionar la instalación Lo que el viento se
llevó, con la que se inauguraron las actividades de la
Galería del Centro Cultural Rector Ricardo Rojas de la Universidad de
Buenos Aires (UBA); la exposición de esculturas No todo lo que
brilla es oro (Galería Adriana Indik, Buenos Aires, 1989); la
instalación Recolecta (Centro Cultural Recoleta, 1990); la
instalación Wotan-Vulcano (CCR, 1991); el objeto Ouróboros
(Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 1991); la instalación Espacio
disponible (Casal de Catalunya, 1992), la instalación Imagen
Pública – Altas esferas (CCR, 1993) y su muestra retrospectiva
Frenesí 1984-1994 (CCR, 1994), en el transcurso de la cual
falleció.
[2]
Gisela Rota. “Liliana Maresca: ‘El placer de romper libros’”.
Revista Cerdos y Peces. 1991
[3]
Cfr. Albert Camus. El hombre rebelde. Buenos Aires, Ed. Losada,
10a edición, 1981, pp. 17, 235 y sig.
[4]
Hans-Georg Gadamer. La actualidad de lo bello. Barcelona. 1991,
p. 101.
[5]
Cfr. Ibid, pp. 105 a 108.
[6]
Fabián Lebenglik. “Maresca ya es pública”. Página 12. Buenos
Aires, junio de 1993.
[7]
Albert Camus. “Los Almendros” (1940). En: El verano, incluido
en Albert Camus. Ensayos. Madrid, Ed. Aguilar, cuarta edición,
1981, p.866. |